viernes, 31 de diciembre de 2010

La buena educación


Mientras esperaba mi turno en la carnicería, observaba al carnicero preparar la carne. Su dominio con el hacha o el cuchillo es el resultado de muchas horas de práctica. Dónde ha de cortarse, cuáles son los secretos de las carnes, cuál es la mas apropiada para uno u otro plato; todo ello es lo que hace a un artesano de la carne dueño de su oficio. Pero hay algo más. Si a esa técnica le añades la bonhomía, es decir, la virtud, te encuentras ante una persona realizada. Y eso también es el resultado de buena crianza, de buenos cimientos.

El carnicero de mi barrio saluda a cada cliente que entra en su tienda, a muchos por su nombre; tiene siempre una actitud de servicio, y además esta contento de servir; hace su trabajo a conciencia; y vela por la buena salud de sus feligreses. Respeta a cada uno de los múltiples caracteres que entran en su tienda; sabe hasta dónde puede llegar en cada caso: con algunos bromea y se deja bromear, con otros hace comentarios más serios pero sin perder la sonrisa.

Lo más seguro es que su educación formal, sus estudios, hayan estado limitados a la educación básica. Pero su educación es muy superior a la de muchos que tienen títulos universitarios.

Nos empeñamos en defender la necesidad de una buena formación. Mejor sería si nos empeñásemos en una buena educación. Y en ésta tenemos mucho que aprender de esos hombres y mujeres que saben hacer bien su trabajo, y además lo hacen con el respeto y el cariño hacia sus clientes reflejo de su buena educación. Decía Pablo de Tarso: “Aunque hable la lengua de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como el bronce que suena o címbalo que retiñe". Sustituyamos la palabra "caridad" por "educación" y lo mismo puede decirse de los que tienen mucha formación, mucha cultura, pero no tienen respeto, consideración, en definitiva buena educación.

Prefiero mil veces como persona al carnicero de mi barrio que al liceniado orgulloso y snob que mira a los demás por encima del hombro. Al final lo que queda de uno son sus actos, no su sabiduría. Es mejor que ésta se traduzca en aquéllos con honestidad, honradez y respeto.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Los pájaros cantan, las nubes se levantan...


"¡Cómo te cambia la vida!"

A mi derecha se sentaba una habitual compañera feligresa, que hace unos pocos años se ha convertido en abuela.

La exclamación del inicio sucedió a la cortés felicitación de Navidad y al no menos cortés interés por cómo se había pasado la Nochebuena. "Vino mi hijo que está en H..., y nos sugirió que fuésemos todos a Madrid a ver a F... mi otro hijo, que, como su mujer tenía guardia esa noche, estaba solo con mi nieto. Éste, nada más nos vio, se puso muy contento y no paró de reírse. Y por la noche, cuando nos fuimos a dormir, se acostó con nosotros, entre mi marido y yo... Lo peor es dejarlo... ¡Cómo te cambia la vida!... Llevo todo el día triste."

Apenas seguí el sermón. El sacerdote insistía en su habitual tema de la confianza en la voluntad divina y retomaba un tema nuevo del día anterior, el de la verdadera alegría, no de la inmediata y perecedera. Y mientras escuchaba y no, pensaba en las palabras de la compañera feligresa. Sus vidas habían estado trazadas por el plan más o menos esperado una vez casados y con hijos: criarlos, educarlos, ayudarlos en la búsqueda de empleo y luego, acostumbrándose a su ausencia y al vacío dejado, seguir viviendo y envejeciendo juntos.

Pero de pronto, un día, ese futuro planificado y previsto por ellos se transforma con la llegada de un nieto. De nuevo, como si despertasen, vuelve el sol a sus vidas grises, los pájaros cantan, las nubes se levantan... Y entonces la rutina se transforma en sorpresa, la calma en sobresalto, la indiferencia en interés, las horas mustias en estallidos de risa y alegría...

Verdaderamente, ¡cómo te debe cambiar la vida! 

martes, 28 de diciembre de 2010

Ítaca


Si eres tutor de un grupo de alumnos con problemas de aprendizaje, uno de los momentos más temidos es cuando recibes el acta de evaluación del grupo y compruebas que la media de suspensos es superior a la normalmente asumible. Otro momento difícil es cuando tienes que comunicarles a tus alumnos las malas noticias.

Era el penúltimo día de clase del primer trimestre y estaban presentes sólo una tercera parte del grupo. Cuando terminé de decirles sus notas tuve la impresión de que una gran losa acababa de caerles encima. Porque no por esperado el efecto deja de tener su poder.  Quizás hubo en algunos la tímida rebeldía y esperanza de que superarían la adversidad. Pero pronto, como ha ocurrido en tantas otras ocasiones, esa pequeña luz se diluye y es absorbida por la vorágine de los estímulos que llevan al alumno a quedar fuera del camino de la recuperación. Es necesaria autodisciplina para seguir el rumbo, atándose al palo mayor del barco, y no sucumbir ante los en-cantos de las numerosas sirenas que nos impiden llegar a Ítaca.

Uno, sólo uno de entre ellos se sorprendió de que, al contrario de lo que él esperaba, no le quedara ninguna asignatura suspensa. Era como el patito feo. Se sentía un elegido, aunque sus compañeros intentasen minimizar su hazaña. A su lado estaba el que, ya repetidor, excusaba sus malos resultados en que como había sido expulsado no había podido asistir a clase, y aseguraba que obtendría su título en la educación para adultos. A continuación otro me decía que la profesora X le tenía manía. Y finalmente estaba la alumna que, feliz en este mundo y rebosando vitalidad y simpatía, es materialmente incapaz de abrir un libro y estudiar lo mínimo.

No se trata ya de lamentar inútilmente la pérdida de su oportunidad para descubrir la riqueza de la vida a través de la cultura, el problema es que estos alumnos necesitarán en un futuro no muy lejano un documento que justifique los requisitos académicos exigidos para obtener un puesto de trabajo. Y ni los padres ni los profesores somos capaces de motivarles para conseguirlo. Es posible que para ello necesiten otro tipo de institución de reaprendizaje de conducta. Por muchos andamios sorprendentes e innovadores que se utilicen en su construcción, una casa necesita sólidos cimientos para sustentarse. El aprendizaje de la cultura necesita un mínimo de motivación personal y de disciplina. Sin estas bases sobran métodos mágicos de los que al final también se aburren. En la escuela, alumnos repetidores que suspenden más de cinco asigaturas, cuyos contenidos mínimos están en lo mínimo, necesitan otro tipo de currículo y otro tipo de profesionales: necestitan aprender un oficio y la disciplina que exige un trabajo manual.

Imaginémonos una competición de salto de altura donde la barra estuviese colocada a la mínima distancia para poder conseguir el paso a la siguiente fase. Entre los convocados están los que superan el mínimo con holgura, aquellos que a duras penas lo hacen, y aquellos que no quieren saltar y preferirían ser los que colocan la barra. A éstos los padres les animan y los entrenadores les estimulan y les recuerdan las técnicas básicas del salto; ellos reflexionan por un momento, pero cuando llegan hasta la barra no pueden levantar ni la pierna y vuelta a empezar; y así una y otra vez.

O se buscan los medios para motivarlos a saltar, o posiblemente habría que decidir que esa prueba no está hecha para ellos y convendría buscarles otro puesto en la competición.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Sus platos favoritos

Tomó la cámara fotográfica para hacer fotos del árbol de Navidad que entre él y su hermana estaban decorando. Al comprobar cómo habían salido, descubrió guardadas en la memoria una serie de fotografías de platos de cocina que su madre había hecho. Lo que él no sabía era que esos platos los había preparado su madre para su regalo de Navidad. "¡Lemon chicken! ¡Albóndigas al vino! ¡Habéis comido todos los platos que a mí me gustan!" --se lamentó el joven Apolo. Su madre se encogía de hombros mientras en su interior sonreía, complacida porque había acertado con el regalo.

Durante semanas ella y su marido habían estado sometidos a un programa estricto y placentero de comer todos los platos que, durante los años en que sus hijos habían convivido con ellos, habían constituido la dieta familiar. Y en especial se había concentrado en los platos que habían formado el bagaje gustativo de la memoria de su hijo. Cada dos o tres días un nuevo plato aparecía sobre la mesa, y ella tomaba sendas fotografías, una de la fuente o cazuela donde se había cocinado, y otra de una ración servida. "¿Cuál te gusta más?" --era la pregunta habitual que obligaba al marido a una decisión difícil pero normalmente concordada.

El destino de las fotografías era componer un libro de recetas de los platos preferidos de su hijo, para que él las pudiera realizar y quizás transmitir algún día a sus hijos. Cada detalle del álbum fue cuidadosamente estudiado. En su cofección colaboró la papelería, convertida en cómplice. Hasta la cubierta provocó una desazón el penúltimo día: el color amarillo era el preferido (adecuado por sus propiedades estimulantes del apetito) y para superar una mínima dificultad hubo que recurrir a la imaginación.

En la mañana de Navidad, cuando llegó su turno, el hijo tomó el paquete, rompió ávido el envoltorio de papel y abrió la caja. Dentro había una carpeta amarilla. Intrigado, abrió la tapa y al pronto fue descubriendo uno a uno, con los ojos abiertos y la expresión incrédula, los mil placeres que recordaba de su infancia y adolescencia. Mientras descubría los secretos de cada plato y musitaba sus nombres, como si conjurándolos quisiese hacerlos realidad, su madre sonreía.  

Luego se levantó y dirigiéndose hacia ella la comió a besos.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Patchwork


El hilo, la aguja, el dedal y... unas manos.

El eslabón entre la mente creadora y la materia inerme pero dúctil, son esas manos maduras, experimentadas y hábiles que responden ágiles a los deseos de aquélla.

Entre las manos, la tela, dócil a dejarse imprimir un mundo de diseños, puntadas, arreglos, pero sobre todo horas y horas de pensamientos, desengaños, tristezas, nostalgias, culpas, logros, sueños, ilusiones, en definitiva ... vida.

Mientras hunde la aguja en el lugar preciso, mide la distancia de la puntada y hace surgir de nuevo el acero a la luz, han pasado apenas segundos, pero el movimiento, una y otra vez repetido, se convierte en péndulo de tiempo que mide las frases de pensamientos que se enlazan para reproducir un recuerdo a la hija ausente y para recordar una vez más las muchas historias que contarle cuando venga; para sentir la nostalgia del abrazo del hijo cercano en la distancia pero lejano con sólo traspasar la puerta de la casa; para repasar una vez más proyectos por realizar; para recuperar momentos vividos; o para compartir con el compañero el lento o apresurado paso del tiempo.

Cada pedazo de tela es un pedazo de vida. Algodones, lanas, panas, telas sintéticas, cada una de una textura y de un color distintos; colores de tonos gastados por el uso y los muchos lavados. Pedazos de ropa que guardan el recuerdo de arenas de parques, de caídas en juegos y carreras, de estrenos de fiestas, de uniformes de colegio, de disfraces de Carnavales y Halloweens.

Sentirlos de nuevo entre los dedos; hacer de ellos pantallas que al pespuntar plasman y van reflejando tantos y tantos cuidados, preocupaciones, risas, confesiones, e ilusiones de futuro; convertirlos, con la pericia de las manos cansadas, en testimonio futuro de un pasado que jamás se olvidará.

Al final ella puede decir: aquí está mi vida unida a las vuestras para siempre. Sentiréis mi presencia en el calor y la caricia, en el color y en el olor que evocaré.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Expectativas

No ha mucho escuché en la radio que nuestras expectativas como personas dependen de las expectativas que en su día se hicieron nuestros padres de nosotros. La profesional invitada al programa sugería que para mejorar nuestra autoestima nos imaginásemos la madre o el padre perfectos que nos tenían en la máxima estima y nos consideraban lo máximo como hijos o hijas.

Me pregunto cuál habrá sido el efecto de las expectativas de los padres de algunos de mis alumnos sobre la autoestima de éstos. Estoy seguro de que cuando nacieron, sus padres los consideraron lo mejor del mundo y se propusieron para ellos lo máximo que puede desearse. Pronto se darían cuenta de que, por más que lo intentasen, poco o nada podían influir en la mayoría de las circunstancias que moldearían las vidas de sus hijos. Pero, paradójicamente, de la respuesta de éstos a esas circunstancias, o desafíos de la vida, dependería la evolución de las expectativas de sus padres sobre ellos.

El penúltimo día de clase de este primer trimestre comuniqué las notas a los alumnos de mi tutoría. No eran buenas. A pesar de la protesta de algún optimista porque le habían quedado menos que el año anterior, la sensación general que percibí fue que si ya se sentían hundidos debieron hundirse un poco más. Tenían ante sí la dífícil papeleta de afrontar el rostro resignado de sus padres. Lo triste es que quizás esos alumnos ya han asumido la decepción de sus padres y que más ya no pueden decepcionarlos.

Sumidos en ese sentimiento de inferioridad, dudo de la eficacia de las teorías de la tertuliana radiofónica. ¡Si al menos como Sísifo, el del mito, consiguieran llegar con su pesada carga hasta la cima! Pero están tan hundidos que más parecen Prometeos encadenados esperando que alguien les recuerde que ellos aún son poseedores de un ascua capaz de ser inflamada con el soplo necesario. 

domingo, 19 de diciembre de 2010

Un frío de justicia

Cuando llegaron a la iglesia observaron que los sitios donde habitualmente se sentaban estaban ocupados por una señora. Aquellos sitios tenían una particularidad: estaban justo al lado de un calefactor. En un día frío como aquél, aquellos lugares eran los más cotizados. Había más gente de la habitual. Pronto supieron que se trataba de una misa de aniversario.

El tema del Evangelio era el dilema que se le plantea a José cuando se entera de que María está esperando un hijo. La ley le permitía repudiarla, pero él, después del sueño y las palabras del ángel, decide no hacerlo. El bueno del sacerdote centró su homilía en la actitud de fidelidad del Carpintero. Pero algo rechinó en los oídos del oyente. El orador unía dos palabras que no cuadraban. "José era justo. Él no denunció...él no denunció". Por de pronto el mensaje del orador era equívoco. Es obvio que una persona de su responsabilidad hablaba con intención. La cuestión es si se refería a situaciones con las que estaba familiarizado.

Lo primero que pensó el oyente era lo absurdo de lo que oía. "Todo lo contrario --se dijo a sí mismo--, si uno es justo tiene que denunciar la injusticia". La justicia se simboliza con la figura de una mujer con los ojos vendados que tiene en una mano una balanza y en la otra una espada. Justicia es dar a cada uno lo que se merece. Estamos asistiendo diariamente a la irresponsabilidad, el fraude, al engaño y no puede pedirse a una persona bien nacida que mire para otro lado. La persona justa debe, con los ojos vendados, sopesar la acción que juzga, y si la acción juzgada no se corresponde con lo que debería ser, entonces utilizará la espada para corregirla. José sí era justo porque conocía la verdad tal como se la había revelado el ángel y no denunció por eso. Visto así, las palabras del cura no chirrían tanto. Pero aún así, la yuxtaposición quizás no fue la más afortunada.

Cuando el oyente estaba en esta reflexión bizantina, cuando apenas seguía el resto del discurso, y cuando esperaba que de un momento a otro el orador finalizase, aún así, fue sorprendido por el "Creo en ...", primeras palabras del Credo, que daban por terminado su discurso. Al orador podrían achacarle falta de sistema en su exposición, machaconería en el tema recurrente de sus homilías, pero nadie, ni siquiera el más avezado director de suspense, le ganaba a lo inesperado de sus finales. Lo bueno que tenían sus misas es que el paso de un periodo a otro se producía sin solución de continuidad. Es justo reconocerlo.

viernes, 17 de diciembre de 2010

A vueltas con la educación

En relación con el informe Pisa, el catedrático Manuel Ramírez publicaba en el periódico Hoy un artículo titulado "Razones del caos educativo", del que he extraído lo más relevante:

"...lo que aparece con claridad es que estamos por debajo de la media de los países europeos ... Por lo demás, si la pregunta se hubiera realizado a quienes, por profesión dedican su vida a la enseñanza (maestros, profesores de Instituto, catedráticos de Universidad, etc.), el veredicto hubiera sido, además de más fiable, mucho menos loable. ...

 En primer lugar, ...se ha despreciado el supuesto de la autoridad, sustituido por el de la igualdad. El superior en edad, status o méritos, se diluye en un mundo como el actual, con los únicos disvalores del pronto éxito sin esfuerzo, el erotismo y el consumismo. La disciplina se viene abajo porque todas las posturas y opiniones se dice que valen lo mismo...

En segundo lugar ..., se han cometido, desde antaño, penosos errores. ...la desaparición o minusvaloración de las lenguas clásicas (latín y griego) ...O el no menor error de la condena en su día atribuida a la memoria ... El permanente recurso a los nuevos medios tecnológicos están dando la puntilla a la necesidad de acumulación de conocimientos. En este punto de errores cabría sumar los cambios en las formas y fechas de exámenes, la desaparición de las pruebas orales o la excesiva generosidad en el número de convocatorias para repetir una asignatura y hasta un curso completo con el lastre que ello supone.

Y en tercer lugar, creo que constituye una trágica equivocación el hecho de limitar los espacios educativos a los centros de enseñanza. No me refiero únicamente al insoslayable papel que, en este aspecto, juega la familia y lo difícil de su desempeño en la actual situación de falta de diálogo entre padres e hijos ... Es decir, la enorme influencia de la televisión. Y por medio de nuestra televisión el docente únicamente recibe disvalores: exaltación del erotismo, imperio de la suerte en vez del trabajo diario, invitación al desmedido consumo y violencia, mucha violencia ... Pero es un factor que daña con intensidad cualquier proceso educativo. Una auténtica droga que evita pensar y hace desaparecer el espíritu crítico. Lo que acaba reinando es la mediocridad... A  la postre, quizá ocurra que no es posible pedir una mejor educación en una sociedad que rezume mediocridad en todos los aspectos."

lunes, 13 de diciembre de 2010

Encrucijadas


Hace unos días, animando a mis alumnos para que aprovecharan el tiempo, estudiaran y al menos sacasen el Graduado, J.C. me sorprendió diciéndome "Mi padre dice que este sistema educativo no está hecho para chicos como yo". J.C. es un alumno que se niega a aprender. El se sienta junto a la ventana, se repantinga en la silla y cuando no intenta jugar con algún compañero o compañera, dibuja una y otra vez su firma graffitera. En aquel momento pensé que para él no había sistema educativo que valiese.

Pero le vengo dando vueltas a esa declaración, y si me pongo a analizar la realidad, yo estoy de acuerdo con él. El sistema tiene muy buenas intenciones, por ejemplo la universalidad de la educación, pero tiene también sus trampas. La obligatoriedad ha hecho que un alumno tenga que estar en el sistema normal aunque no quiera. Si en un curso no supera más de dos asignaturas debe repetir. No importa. Él sabe que repitiendo el mismo curso, al siguiente año, aunque no haga absolutamente nada, va a pasar al curso siguiente. Las asignaturas pendientes se le acumulan, de tal modo que es humanamente imposible recuperarlas. La salida es que repita una segunda vez. Y ¿luego? pues, o sigue algún programa de diversificación o, cuando tenga 16 años, obtiene un certificado de escolaridad; lo que significa no obtener el Graduado y no poder optar por trabajos que lo exigen.

Y ¿qué pasa con aquellos que quieren pero no pueden? ¿Por qué no se les da una educación adaptada separándolos de aquéllos que no quieren estudiar? Porque no hay recursos. Eso sí, hay leyes y leyes a porrón, que si adaptaciones imposibles, que si programas que rebajan los contenidos hasta límites insospechados, pero ¿más recursos humanos?, de eso nada. 

Los alumnos que no quieren estar en el sistema, si quieren aprender un oficio deben esperar al menos hasta los 16 años para poder acceder a un módulo profesional. El problema de los módulos es que, si bien dan una salida educativa, no son rentables. Un módulo de peluquería con veinte alumnos produce al cabo de cinco años 100 peluqueros. Muchos peluqueros. Pero se ha invertido mucho dinero en montar las instalaciones, los equipos y los profesionales y debe seguir produciendo peluqueros. 

Otra solución podría ser mantener los centros de Secundaria para aquellos que "quieren" estudiar, tanto para los buenos como para los menos buenos. Y habilitar otras fórmulas para aquellos que llegada una edad, digamos catorce años, no quieren estudiar y quieren aprender un oficio. El dinero que se gasta en programas inútiles se ofrecería a empresas que se comprometiesen a enseñar un oficio; empresas a las que se les exigiría, para cobrar la subvención, una responsabilidad, evaluable en el aprendizaje del alumno o alumna. El alumno podría recibir al mismo tiempo en la propia escuela clases en destrezas básicas de matemáticas, lenguaje, idiomas y cultura general. Quizás con el estímulo de lograr el aprendizaje del oficio, el alumno reconsiderase su motivación a la hora de aprender números, letras, y fechas. 

Mientras tanto, algunos alumnos vegetan en nuestras clases hasta los 16 o 18 años para, al final, sin Graduado, salir a engrosar la multitud de personas sin cualificación alguna, que van a ser pasto del paro o de la asistencia social.   

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El quid de la cuestión

Juan Luis Vives en sus Diálogos, por boca de Sofóbulo (el hombre prudente, sabio y de consejo) aconseja a Filipo (Felipe II) en el capítulo El Príncipe Niño

So. No hay cosa tan fácil, que no sea difícil, si la haceis de mala gana. La tarea de los estudios no es pesada para aquel que la lleva de buena gana: mas para el que de mala, aun el jugar y pasear en lugares muy amenos, le es cosa muy pesada é intolerable. Para ti, Moróbulo, amigo de chanzas, y toda la vida acostumbrado a ellas, hacer, ú oir alguna cosa seria, te sirve de muerte: á otros por el contrario, parecería pesado el vivir, si viviesen ese modo de vida.

Juan Luis Vives. Diálogos. El Príncipe Niño. Moróbulo, Filipo, Sofóbulo. Edición de 1817. Pag. 313
SOFÓBULO.- Hombre prudente, sabio y de consejo.
MORÓBULO.- Adulador, baladí, ligero, y aun necio.

 
Hoy se publicaban los resultados del Informe PISA 2009. El País daba la noticia de este modo:

"Examen a la educación secundaria - El informe PISA 2009
(Titular) La escuela se instala en la mediocridad
(Entradilla) El nivel educativo de los españoles de 15 años es menor al de la media de la OCDE - Los métodos caducos y la deficiente formación del docente se señalan como causa

(Cuerpo) … el estudio presentado ayer, que muestra la emergencia de Asia también en educación, coloca a España por debajo de la media y dibuja un sistema que funciona mejor que otros en las peores circunstancias (con alumnos de contextos más desfavorecidos) pero falla claramente en excelencia.

Según los especialistas … no se han tocado suficientemente aspectos que lastran. Por ejemplo, la organización parcelada de las asignaturas y sus contenidos, la formación y la selección del profesorado para elegir a los mejores, la autonomía de los centros y capacidad pedagógica de la dirección escolar, o la elevada repetición de curso, resume el catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Granada Antonio Bolívar.

El catedrático de Didáctica de la Matemática de la Universidad de Extremadura Lorenzo Blanco y la profesora de Didáctica de las Ciencias de la Universidad de Santiago Maria Pilar Jiménez apuntan algunos: mejorar la formación de los profesores, cambiar unos contenidos que son del siglo pasado y potenciar la enseñanza práctica.

El que sí es un gran condicionante, según PISA, es el nivel socioeconómico y cultural de los alumnos y de los centros. La diferencia media entre los alumnos que tienen en casa menos de 10 libros y más de 500 es de 124 puntos en España y de 126 para toda la OCDE...

En cualquier caso, todo eso tiene que ver con la exigencia que, en creencia generalizada, es muy baja en España... Pero las cifras de PISA dicen otra cosa. El sistema educativo español suspende a más alumnos que la prueba de PISA..."

Sólo algunas reflexiones:

En la entradilla, curiosamente, sólo se destacan dos causas de las varias que luego se presentan en el cuerpo y que son: los métodos caducos y la deficiente formación de los profesores. (Sólo uno de los factores en el proceso enseñanza-aprendizaje).

Pero, y de nuevo curiosamente, quienes aluden los motivos del fracaso son Catedráticos de Didáctica, supuestamente aquellos que deberían formar a los profesores.

De nuevo volvemos a esconder la cabeza bajo el ala.

Se parte de la teoría elaborada a partir de una práctica pasada para analizar una realidad, una práctica nueva. Realidad que exige un análisis a partir del cual poder construir una nueva teoría. ¿Cuántos de los teóricos han visitado un aula actual de alumnos de 15 años? ¿Cuántos trabajadores a pie de obra han sido consultados para saber cómo marcha la construcción?

La nueva realidad incluye una insultante falta de motivación y hasta desprecio por la cultura. ¿Qué puede motivar a un joven o una joven de 15 años de un humilde barrio de ciudad a descubrir la belleza de una obra literaria, o de una catedral, o de la generosidad de los hombres y mujeres del pasado, cuando, no ya la familia, lastrada por falta de recursos, sino una sociedad para quien el héroe es aquel que puede vivir del cuento, de la manipulación, del engaño y de la sinvergonzonería?

Estoy de acuerdo con que es necesario motivar a los alumnos, y que gran parte de la motivación está en el dominio por parte del docente de la materia que se enseña. Pero previo a todos los métodos que se quiera, son necesarias dos condiciones para la mejora. Primera: es imprescindible recobrar un mínimo, ¿digamos quince minutos?, de silencio al inicio de la clase para escuchar las instrucciones o explicaciones del profesor. Y segunda: el alumno tiene que hacerse callos en los codos, señal de que estudia, y en el dedo índice, señal de que escribe. Y en ambos condicionantes las familias deben ser intransigentes y apoyar al docente. Sin escuchar al profesor es imposible comprender las mínimas explicaciones, que se pierden en ruegos de silencio. Sin estudiar es imposible que frague el hormigón de cultura que se ha depositado por las mañanas y se construya poco a poco el edificio de la persona.

Decía Juan Luis en el siglo XVI que la tarea del estudio debe ser realizada de buena gana.

Amigo Juan Luis, he ahí el quid de la cuestión.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Sine verecundia

La palabra sinvergüenza se compone de dos partes, el prefijo sin y la palabra vergüenza.

sin.
(Del lat. sine).
1. prep. Denota carencia o falta de algo. (Diccionario de la Real Academia Española)

vergüenza.
(Del lat. verecundĭa).
1. f. Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena. (Diccionario de la Real Academia Española)

Etimología de vergüenza:

Del latín verecundĭa. La terminación -cundo es propia de algunos adjetivos verbales latinos, y transmite a quien la posee las facultades definidas por el verbo. Así, de fari “hablar” tenemos facundo, “hablador, parlanchín”, y de feo “producir, generar” nos encontramos con fecundo, “productivo, fértil”. Verecundo deriva del verbo vereri, que literalmente significa “temer, no atreverse a hacer algo”, pero no por miedo o terror, sino por respeto o reverencia, palabra que procede de ese mismo verbo. 1

Por tanto, sinvergüenza: ausencia de vergüenza, ausencia de verecundĭa.

Aplíquese a discreción.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Nel mezzo del camin


Había llegado a una edad frontera. Estaba aún en el curso medio del río donde aún puede haber meandros. Pero nota ya que las aguas se calman y, aunque aún está lejos, adivina ya la mar en el horizonte lejano.

En ese momento los retoños de su árbol han prendido, crecen sanos, y él sabe que resistirán a vientos, heladas y sequías.

Prevé que poco a poco, no muy tarde, comenzarán a surgir los pequeños achaques, y quién sabe qué sorpresas de salud le aguardan.

Pero con todo, sabe que aún le queda tiempo para experimentar, para conocer, para crecer.

Pero, sobre todo, sueña con vivir, junto a la persona que ama, todas, absolutamente todas las experiencias que vive un hombre normal de su edad, sin ninguna excepción, ninguna.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Requiem por unos humildes depósitos de agua de estación de tren

Ser o no ser. Hay elementos en nuestro paisaje que se presentan como un interrogante. En este caso parece que ni piripintado. En el barrio de San Miguel existían hasta ayer, junto al puente sobre la antigua vía Plasencia-Astorga, al lado del actual Instituto de Secundaria, dos depósitos de agua. Su diseño cilíndrico estaba compuesto de dos partes, una base de albañilería y un segundo cuerpo metálico de depósito para el agua. Ambos estaban conectados como vasos comunicantes por medio de tubos. El diseño es frecuente en este tipo de instalaciones. Como decía, hasta ayer eran un elemento del paisaje de San Miguel. Ayer por la mañana contaba en esta página que había visto un camión de Grúas Eugenio. Cuando salimos a mediodía los trabajos de derribo habían empezado. Uno de los cilindros metálicos había sido abierto como panza de cerdo por el soplete y se trabajaba en separlo de la base de albañilería. Si se siguió trabajando toda la tarde es posible que hoy cuando llegue al Instituto hayan desaparecido.
Ciertamente los dos depósitos tapaban la perspectiva del edificio del Instituto, por otro lado, ninguna joya, a mi humilde modo de ver, de la arquitectura moderna, a no ser como símbolo del modelo educativo público que nos espera: gris. Los depósitos eran un elemento de arquitectura histórica. Representaban la huella de un pasado donde el ferrocarril tuvo su importancia y como tal vestigio histórico habría que conservarlo por su singularidad. Como los depósitos, hay otros elementos en San Miguel que merecen atención y que, si desapareciesen, San Miguel dejaría atrás parte de su memoria. Ambos depósitos estaban situados en una zona aprovechable para zona verde, y podrían haberse transformado para un uso colectivo: un pequeño museo antropológico, la sede de alguna asociación de vecinos... Los depósitos están en propiedad pública, del Estado, y uno no se explica, no ya la falta de sensibilidad histórico-cultural (que es mucho pedir), sino la ausencia de una política de la propia Renfe para conservar su patrimonio histórico, si no por motivos económicos, al menos por mantener aquello que ha constituido parte de su propia identidad. Los depósitos desaparecerán. Quedarán fotos antiguas que con el paso del tiempo se volverán de color sepia. Nuestra sociedad barre y olvida, en un salto continuo hacia adelante. Pero la Historia, para mí, es como la labor del punto, uno hacia adelante pero enganchando con el anterior, y así se construye el tejido sólido. Si damos demasiados saltos y perdemos los puntos, al final el tejido se deshilacha y hay que volver a empezar, pero ¿de dónde?.

(Nota: Cuando he llegado al Instituto he comprobado que han cortado uno de los depósitos metálicos. Los restos parecen enormes escamas o conchas de un antediluviano insecto... Continuará)

Depósitos de agua de la estación de tren de Plasencia

jueves, 2 de diciembre de 2010

Carpe diem

Al pasar hoy por el puente de Trujillo me preguntaba si los pájaros blancos seguían aún allí. La niebla era espesísima. Apenas se podía ver sobre el agua, como en un espejo, el reflejo plateado de la tímida luz de madrugada.  Sobre el horizonte de la Sierra de Santa Bárbara se dibujaba el perfil islámico de una luna pálida dispuesta como un acogedor sillón y al lado el brillo vanidoso de Venus. Insolentes al tiempo ahí estaban aún acurrucados ofreciéndonos el color blanco de sus plumas como luces en un árbol natural de Navidad. Me imaginaba el puente, no el actual de la era industrial, elevado y resistente al paso del acero, sino el antiguo, el de piedra, bajo, envuelto por la niebla profunda, y a los antiguos placentinos del otro lado del río embozados en sus capas, dispuestos a enfrentar la labor de una nueva jornada entre las murallas. Y al igual que entonces sobre las losas de piedra, ahora se veían las huellas de las pisadas de los modernos trabajadores rompiendo el vaho de las aceras. Aún a pesar del ruido de camiones, autobuses y coches, uno podía detenerse en la belleza conjuntada de la niebla, el agua, la noche y la vida dormida en los árboles. Una imagen más que me llevo hoy. 

(Nota: He visto a un camión de Grúas Eugenio junto al Instituto. Dos operarios dirigían sus miradas a los dos depósitos cilíndricos de agua de la estación... Continuará.)

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Érase una vez...

"¿Qué estarán haciendo?" Tenía de pronto la urgencia de sentirlos cerca. Le preguntó a ella "¿Cuál es su dirección?" "Calle.... Nº....", respondió. Buscó en la pantalla de su ordenador el icono de Google Earth. Pronto la esfera azul apareció sobre la ventana abierta mostrando en su centro el verde de la península Ibérica y al sur el ocre del desierto del Sáhara. En la columna lateral de la leyenda, introdujo la dirección en la pestaña Volar a, y luego pulsó el símbolo de la lupa de búsqueda. Entonces, la familiar esfera de la Tierra comenzó a girar y la imaginaria nave, atravesando el azul del océano, en el que se podían distinguir las dorsales oceánicas que como espina ampara y separa el esqueleto de placas, llegó hasta la costa verde del Nuevo Mundo. El movimiento poco a poco se fue deteniendo en el lugar indicado. Podían verse desde arriba, en un mar de verde intenso, las manchas blancas de las casas dispersas, y entre ellas dos líneas de sombra de dos carreteras que se cruzaban. Justo en el cruce se apreciaba una mancha oscura de agua que se aclaraba en sus bordes. "Ahí está el estanque". Sólo quedaba conducir el puntero del rátón al signo de ampliación que aparecía a la derecha de la pantalla. Dudó por un momento. Parecía como si, como un espía o un ladrón, violara la intimidad sagrada del objetivo de su búsqueda. Pero tenía a la vez la íntima esperanza de que el milagro se produjese; como cuando, cerrados los ojos, soplas la tarta, y piensas muy fuerte que tu deseo se cumpla. Definitivamente acercó la flecha sobre la escala de ampliación y apretó. Una, dos, tres veces. Comenzaba a distinguir los detalles de la casa: la entrada y el jardín trasero. De nuevo pulsó una, otra y otra vez. La imagen se agrandaba y se acercaba. La perspectiva iba modificándose. De la vista cenital pronto se convertiría en lateral. "Mira ahí está el garaje y ahí está el porche de lectura". Entonces, su perra melosa, acurrucada en su regazo, llamó su atención y él se volvió hacia ella. Al poco regresó a la pantalla del ordenador. En la imagen, la puerta de la casa se abrió y de ella salieron los dos perros alegres y detrás los dos. "¡Eh! ¡Hola!", gritó él desde arriba. Y ellos levantaron la vista y saludaron. Sonreían.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Brumario

Es una mañana oscura y fría de finales de noviembre. Un manto espeso de niebla cubre la Isla. Me abrigo. No hay gente en la calle y apenas la luz de algún coche rasga la madrugada. Son las siete y media. Al pasar por delante de las escaleras mecánicas de Leonor de Plantagenet, protegidas aún por las vallas metálicas, me imagino al guarda al resguardo del frío y la humedad. Más allá una señora guía apresurada a su perro hacia el descampado del parking. Al llegar al semáforo cruzo y tuerzo hacia San Francisco. Enfrente, el enorme abeto viejo y cansado aguanta. Pasado el crucero de la antigua iglesia me fijo por enésima vez en la portada barroca decorada con el cordón de tres nudos. Me comprometo a visitar en ella la anunciada exposición de pintura del Salón de Otoño antes del 13 de diciembre. La Residencia de Ancianos duerme aún. Sólo el vagabundo, que pasa la noche al refugio del muro del antiguo Hospital junto al aparcamiento, recoge sus bolsas y se dispone a sobrevivir un día más. A la altura del almacén de saneamientos Sequeira, dos perros tiran de las correas que una señora sujeta cual Ben-Hur a Antares y Aldebarán. La furgoneta de la panadería Panake’s aún no ha aparcado delante de la puerta impidiéndome el paso por la acera. Ya en la plaza de San Juan me asombro por vez primera ante la algarabía de los pájaros que se despiertan en los tres o cuatro árboles de hojas amarillentas otoñales. Los vecinos deberían hacer todo lo posible para conservarlos. Sólo rompe el silencio el tímido ronquido de un coche afortunado que ha encontrado plaza de aparcamiento y alguna ventana iluminada denuncia el inicio de otra jornada. Casi al final de la calle, frente a la puerta de una casa aislada, una joven abraza a su perro para protegerlo del frío. Llego hasta la carretera que bordea la muralla que abraza la catedral y el palacio episcopal. Me topo con el barrendero de siempre que, vestido de uniforme naranja reflectante, apaña alguna que otra hoja. No veo a la mujer que, fiel todos los días, parece regresar de su paseo rodeando el cinturón de murallas de la ciudad. Una joven mujer de la limpieza, con bata verde a rayas, limpia la entrada de la Mutua. Hoy no está la gruesa joven sentada junto a la parada del autobús de este lado del río. Tampoco veo al sufrido repartidor de periódicos siempre con prisa. Desciendo una pequeña vaguada en la rotonda de la Virgen de la Salud y subiendo hacia el puente dejo a mi izquierda los restos de muros y pilares de la sinagoga sin techo que nadie visita. En su exterior me intrigan otra vez los huecos antropomorfos excavados en la roca de granito. Acaba de entrar en la rotonda el autobús de línea Cevesa que hace la ruta Cáceres-Plasencia y a través de sus ventanas veo a un pasajero que dormita. Mientras atravieso el alto puente de Trujillo miro una mañana más a la izquierda. En uno de los árboles plantados en el río descubro los óvalos blancos de los pájaros, acurrucados como mi Surra en su cama, que aún esperan la señal de emigrar. A pesar de la oscuridad de la madrugada y del vaho de niebla que humea del río sus formas resaltan como frutas extrañas. Hoy sólo me cruzo con la madre que imagino trabajadora en alguna oficina a quien ocasionalmente acompaña su hijo adolescente. Prudente, atravieso por el paso de cebra a la acera de la Caja de Ahorros. Paso por delante del portón abierto de la empresa de reparaciones Oserpro donde los empleados se preparan para un nuevo día de descombros, alicatados, pinturas y carpinterías. Al llegar a la rotonda me fijo de nuevo en la verde fachada redonda del antiguo almacén de suministros, coronada con un enorme tondo en azulejo donde se lee “Los Tres Amigos, Marca Registrada, Pimentón, Higos y Miel”. Tuerzo y me encamino por la empinada calle que me llevará hasta el Instituto. Dejo a mi derecha el descampado agreste en las traseras del Ambulatorio, el bazar moro de la esquina y llego hasta los talleres mecánicos, primero el de cosas serias, luego el de cosas rápidas. Al final subo una pequeña escalinata y me enfrento a la vieja escuela de San Miguel donde una ventana iluminada señala la acogida y espera de unos niños dejados por unos padres trabajadores. Cuando son las ocho menos cuarto, más o menos, entro en El Cochecito y doy los buenos días. La camarera, respetuosa, me devuelve el saludo y me sirve mi café con leche, mis dos churros y mi vaso de agua. Si están libres hojeo el Hoy o el Marca o el Público, o simplemente miro en la pantalla del televisor el tiempo y los deportes. Siempre la misma gente y las mismas rutinas. Cuando van a dar las ocho recojo mi mochila gris parisina, me despido con un hasta luego y, saliendo, me encamino hacia el Instituto. Sorteo alguna furgoneta que sale del garaje de la empresa de instalación de gas y paso por entre algún grupo de alumnos que retrasan cuanto pueden el inicio de su tarea. Al llegar al puente sobre las vías abandonadas cruzo la carretera por el paso de cebra frente a los dos oxidados depósitos de agua de la estación, vestigios de viejas glorias ferroviarias y ahora soportes de graffiti publicitarios. Por fin llego al Instituto. Algún día me gustaría que el arquitecto me explicara la idea que él tenía de un centro educativo cuando diseñó el edificio. La fachada de hormigón desnudo, más que sobria, de formas adinteladas, stonehengianas, casi germanas, no invita en absoluto a entrar. Me imagino el “Arbeit macht frei” sobre el dintel. Pero eso es ya otra historia.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

In memoriam

Volverás en noviembre,
                   con las lluvias, a las mañanas
                                         ruidosas del Rossio.
                                                                        Ángel Campos


Hace ahora dos años murió mi amigo Ángel Campos Pámpano y dos ideas me rondan la cabeza.

La primera, lo absurdo de su muerte. Ángel muere a los cincuenta y un años en plena madurez creativa como reconocido poeta.

Aún recuerdo cómo, en sus visitas al despacho de Dirección, donde se sentaba en el sofá, frente al famoso tapiz de la bandera republicana, o salía a pasear a la terraza y, apoyado en el pretil, se fumaba su pitillo mientras hablábamos de lo divino y de lo humano; recuerdo digo, cómo me confesaba la premura de los plazos para editar una recopilación de sus poemas, labor detenida por la vorágine de iniciativas que como vicedirector y responsable de las actividades extraescolares del Instituto Español se imponía.

Ángel se fue en plena experiencia como maestro de jóvenes. Yo le veía, gigante, como un profesor de los de antes, ensimismado en las líneas que ha de resaltar en su lección, y me recordaba a un profesor que tuve en Preu al que se le veía cómo vivía la literatura. Su gran humanidad, de oso de peluche, la derrochaba hacia sus alumnos que se sentían estimados e importantes. Ángel como profesor, se me figura como ese arte que llega a su etapa clásica y que marca las pautas de lo que el estilo debe ser. Justo en esos momentos de vino añejo que hay que oler, paladear y degustar a pequeños sorbos, justo entonces, por un capricho innecesario del destino tiene que dejarnos. Y es que a veces, los dioses, celosos, nos roban lo mejor para quedárselo y disfrutarlo ellos, y nos dejan lo mediocre y lo peor para alejarlo de sí el mayor tiempo posible y castigarnos aún más.

Ángel se fue justo cuando más podía disfrutar de sus maravillosas hijas a las que naturalmente tanto quería. Aún recuerdo cuando me despedí de él en agosto, en el patio frente al palacio y al pie del azulejo con los versos dedicados al maestro Giner de los Ríos, premonitorios de su propio destino, cómo se enorgullecía de ellas.

Decía que había dos ideas que me rondaban estos días la cabeza. La segunda es cuál será el estado de los vestigios materiales del recuerdo de Ángel en el edificio del Instituto.

En aquel día de agosto que se despedía, mientras atravesábamos el ancho pasillo del edificio de Primaria que separa la Biblioteca del Salón de Actos y que había alojado tantas y tantas exposiciones durante el 75 Aniversario, hablábamos de que tenía que volver como invitado para leer sus poemas, y al pasar por delante de la puerta de la Biblioteca le dije que llevaría su nombre. En las conmemoraciones del Día del Libro, unos meses después de su muerte, colocamos la placa en la que sobre una pintura de su amigo Javier se lee Biblioteca Ángel Campos Pámpano. Meses después colocamos una piedra grabada con sus versos que, junto al olivo plantado en el jardín frente al palacio, le recuerda.

La "damnatio memoriae", famosa entre egipcios y romanos, puede ser activa o pasiva. Más dañina que la activa es la pasiva: el dejar que el paso del tiempo y la ignorancia borren el recuerdo. Si bien es cierto que entre nosotros se confunde muy a menudo memoria histórica con revancha, inquina y mezquindad, también lo es que estatuas y recuerdos de otras épocas escapan a la voraz limpieza del pasado.

La suerte de los buenos, de los honestos, de los benéficos es que pasan desapercibidos en esta sociedad y por ello su recuerdo se conserva bajo la pátina del musgo o del polvo.

Ángel era un hombre bueno, amigo leal y honrado defensor de los humildes. Su suerte es que allí quedan fieles amigos suyos, alumnos que siempre le recordarán, pero sobre todo su Lisboa que jamás olvida a los que la amaron.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El anónimo

Cuando hace unos días comentábamos en clase la vida en la ciudad, señalábamos entre una de sus ventajas la oportunidad que ofrece de relacionarte con personas de toda clase y condición, y, al mismo tiempo, la posibilidad de aislarte y refugiarte en la más absoluta de las soledades. Por el contrario, en la vida rural de nuestros antepasados la posibilidad de relación estaba limitada durante la mayor parte del año a los pocos vecinos que moraban en el pueblo y era muy difícil escapar a su escrutinio y control.

Pero si la vida urbana ha permitido a las personas escapar a las miradas impertinentes y a la vez ofrecerles un espacio de máxima libertad, también ha extendido una práctica antes reservada como un título honorífico a las obras literarias o artísticas de las que no se conocía el autor: el anonimato.

La palabra anónimo viene del griego ανώνυμος  (anonymous) compuesta del prefijo de negación αν- (a=sin) y la palabra όνομα (onoma= nombre), es decir "sin nombre".

Pero si hay algo que define a la persona es su nombre, porque sin él no es nada, no es nadie, no existe.

Existimos cuando nuestros padres nos dan de alta en el Registro Civil. Poco a poco nuestra madre nos distingue de sí misma llamándonos por nuestro nombre. Nuestra relación social comienza con la presentación oficial o familiar a los interlocutores. Nos sentimos considerados cuando nos reconocen por nuestro nombre, sea éste normal o raro, tradicional o moderno. Y hasta en la lápida de piedra nuestro nombre permanecerá más allá del recuerdo de los nuestros.

El nombre tiene algo de mágico, o al menos lo tenía en la antigüedad. Hay nombres bíblicos que recuerdan el cumplimiento de una profecía, como Isaac, "el que ríe", en recuerdo de la risa de Sara al oir la promesa de ser madre. A veces un nombre como Belén, "casa de pan", se convierte en fiel realización de un significado. Pablo procede del latín paulus, que significa pequeño, humilde; pero qué grandes son los Pablos.  Los orígenes son tantos cuantas culturas: el griego Teodoro, "regalo de Dios", anticuado pero lleno de significado; el vasco Javier, "el que vive en casa nueva"; o el germano Fernando, "guerrero audaz".

El anónimo no quiere existir. No quiere salir a la luz. Se esconde. ¡Qué contraste con Fernando!

Mientras estudiaba en Historia de la Lengua Inglesa los préstamos recibidos por el inglés de otras lenguas, me topé con la palabra coward, cobarde, y llamó mi atención por la relación que su explicación tenía con mi fiel y leal perra Surra.

La palabra coward procede del francés couard (también predecesora del término castellano cobarde). El origen se remonta al francés medieval coart, y ésta vendría de coue, del latín cauda (castellano cola), y que haría alusión a la cola del perro y del lobo que la esconden entre las patas para mostrar sumisión y miedo, o sea, cuando "sienten cobardía".

Mi perra Surra, por algún atávico miedo, esconde su cola entre las patas cuando escucha los truenos o los petardos de Fin de Año, pero jamás compararía mi perra con la persona que no esconde la cola sino su propia dignidad en la impunidad de la palabra anónimo, sin nombre.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Puntualidad


¿Es posible la puntualidad en este país?

¿Es parte de la cultura española o es un problema de educación?

Yo creo que es un problema de educación que es necesario abordar con decisión. Costará, pero con constancia y firmeza se conseguirá que todos lleguemos a la hora. "¡Bah! Eso no es un problema" --dirán algunos. "Sí, sí lo es, porque se trata de mi, de tu tiempo" --respondo. Los que estén de acuerdo conmigo seguro que tendrán miles de anécdotas que contar. He aquí algunos ejemplos.

Era la cena de fin de curso. Habíamos quedado a las nueve de la noche en el restaurante. Cuando llegué a la hora prevista sólo había dos compañeros. No exagero si digo que los últimos convocados llegaron con tres cuartos de hora de retraso. Mientras, los puntuales, entre los que me honro encontrame, esperamos paciente pero erróneamente. Dudo si acudiré a la cita la próxima vez. Por supuesto a los retrasados les importaba poco su falta de respeto o que el encargado de cocina se subiera por las paredes por nuestra falta de consideración.

¿Quién no ha sido convocado a una reunión de vecinos? En la convocatoria aparece el añadido "en segunda convocatoria" para promover la impuntualidad, porque como ya tenemos experiencia de que a la primera no van a estar todos, vamos un poco pasada la hora de la segunda, por si acaso.

Hasta personas a las que se les supone la educación (y la interiorización del significado último de aquélla, que no es otro que el respeto al prójimo como medio de convivir en sociedad) como son los profesores, cuando son convocados a un Claustro o Consejo, se permiten la temeridad de hacer esperar a los puntuales para el comienzo del acto, que, absurdamente, los presidentes (entre los que me he encontrado), en vez de empezar a la hora, ruegan a los presentes esperar cinco minutos para permitir la asistencia de los impuntuales. Cuando lo normal debería ser la presencia de todos cinco minutos antes del comienzo del acto, como muestra de respeto a la presidencia que nos hace el favor de "servirnos".

Por eso, cuando en la escuela nosotros, profesores, insistimos en la puntualidad de los alumnos, estamos abocados al fracaso. Porque, ¿qué ejemplo tienen de nosotros? Ninguno. Toca el timbre de entrada y salimos de nuestros despachos o salas para llegar a unas aulas, atravesando por entre grupos de alumnos que se agolpan en los pasillos, y naturalmente remolonean para entrar. Llegamos tarde y nuestros alumnos (al contrario de lo que algunos de nosotros, cuarentones o cincuentones, hacíamos con nuestros profesores cuando íbamos a la escuela o al instituto) no nos esperan, sino que poco a poco van entrando y antes de sentarse saludan o tontean con algún amigo. Cuando estamos todos preparados para empezar han pasado ya casi diez minutos.

¿Qué hacemos entonces?

Tenía un compañero que cuando sonaba el timbre y él entraba en clase, cerraba la puerta, y alumno que no estuviese en el aula no entraba. Él era puntual y exigía puntualidad. A él le funcionaba. Él enseñaba Historia de España y conocía las teorías de Sánchez Albornoz sobre la indomabilidad del hispano sino por caudillos y mano dura.

En algunos centros se ha intentado solucionar el problema de la salida de los alumnos al pasillo entre clase y clase haciendo que el profesor se quede en el aula hasta que venga el siguiente profesor. Esta medida solucionaría un problema, el de la algarabía en los pasillos, pero no el de la puntualidad del profesor, y con ello no educaría en la puntualidad del alumno. Pensándolo mejor, la medida podría resultar, porque sacaría los colores a más de uno; pero quizás crease un problema de disculpas encadenadas: "Perdona, pero no he podido llegar antes porque el profesor que tenía que venir a la clase donde yo estaba se retrasó, así que yo me he retrasado para llegar a ésta." Aunque, por otro lado, no sé si no se atenta así contra los derechos del trabajador, obligándole a alargar su hora de trabajo permaneciendo más tiempo del debido en el aula, o contra el derecho del alumno a recibir el tiempo de enseñanza que está establecido en su horario.

Quizás, para empezar, no estaría de más, además de recordar el deber de nuestra puntualidad, sacarles los colores a los listos y listas que remolonean, y hacer de su falta de puntualidad un escarnio y algo vergonzoso. Comprendo la difícil tarea de los jefes de señalar individualemente a aquéllos o aquéllas que descaradamente repiten su remoloneo día tras día y sermón tras sermón. Pero no vale con amenazar con tomar medidas y luego no hacer nada. Porque, o uno dice y luego hace, o si no, que no diga, y entonces todos a una entonaremos el ¡Viva la Pepa! Lo que no vale es que aquéllos y aquéllas de poca vergüenza se escondan en advertencias dirigidas al común. Si se quiere curar un cuerpo hay que cortar por lo sano y limpiarlo de lo enfermo. 

Mi amigo tenía razón. Se cierra la puerta y el que no esté que tome nota para la próxima vez.

viernes, 5 de noviembre de 2010

La pérdida ...

A... es un chico de 15 años. Es un alumno con dificultades. Le cuesta memorizar y razonar, pero este curso ha experimentado un profundo cambio. El curso pasado era frecuente verlo en el "aula de convivencia", así llamada el aula de castigo y arrepentimiento. Sin embargo este año se le ve maduro, serio, lleno de energía (juega al fútbol y liga un montón). Le hemos colocado en las primeras filas porque quiere aprovechar: sigue atento la lección, realiza las actividades encomendadas y sus deberes son un ejemplo de pulcritud.

Pero hoy cuando he entrado en clase estaba muy triste. Le he preguntado qué le pasaba y no me ha querido contestar. Por fin su compañera de al lado ha dicho que alguien le había robado la tarjeta de memoria del móvil. Le podía haber dicho que la culpa la tenía él por haber traído el móvil a la escuela pero no lo hice. Le pregunté si tenía sospecha de quién había podido ser. Un compañero de las últimas filas declaró que él no había sido y que para demostrárselo el lunes le iba a comprar una nueva. Pero A... seguía inconsolable. Por fin me habló y me dijo que no era la tarjeta para las llamadas la que le habían quitado sino la tarjeta de fotos y que en ella tenía las fotos de su abuela. Eso me llegó al alma. Solemnemente me dirigí a toda la clase y les dije que aquél que hubiese sido que la devolviese de forma anónima, entregándola al J. E. y diciendo que se la había encontrado o incluso que me la entregase a mí que yo mantendría el secreto. 

No sé si aparecerá, pero me temo que no. 

Pero A... se sentía abatido, como si le hubiesen robado parte de su dignidad. Habían violado su espacio, habían pasado esa fina línea que separa nuestra identidad del resto. Su profunda tristeza me conmovió. A nosotros mayores esa violación de nuestra identidad quizás nos hubiera hecho rebelarnos, gritar, resistir, atacar, pero A... parecía que no entendía esa violencia que humilla, que rompe la inocencia, que te hace cínico y mayor. 

A partir de ahora A...  será otra persona. 

Me gustaría decirle que en este mundo, en medio de tanto estiércol, aún quedan flores.

martes, 2 de noviembre de 2010

La edad de la inocencia


Hoy en tutoría mis alumnos tenían que responder a una encuesta sobre sus expectativas basada en tres aspectos.

El primero era ¿qué es lo que te motiva a estudiar? Tenían que valorar de 1 a 5 una serie de respuestas posibles, dependiendo del grado de importancia que le diesen. Pues bien entre las respuestas posibles la mayoría de ellos eligió  no la opción de ampliar los conocimientos, o conseguir una buena carrera, u obtener un buen trabajo, sino una que me sorprendió: agradar a los padres.

Ahí los tienes, sorteando día a día la amenaza de amonestaciones, porque, encerrados en aulas, en las que las mesas (blancas para más desgracia) están sujetas al suelo, se vuelven para hablar con el compañero que les chincha, se levantan de su sitio, se pasan secretos en trozos de hoja, se arrojan alguna bola de papel, o se espatarran, imposibles de mantenerse quietos cincuenta largos e interminables minutos "amarrados al duro banco" como diría Góngora, escuchando o aburriéndose con características, historias pasadas o teorías que contradicen una realidad cruda que viven a diario.

Y, sin embargo, se preocupan por llevarles una alegría a sus padres.

Aún cuando son conscientes de sus limitaciones, pues, en el segundo apartado de la encuesta, cuando se les pide que valoren la mayor dificultad que tienen para el estudio, contestan mayoritariamente que es la falta de concentración y atención en clase, la memorización de contenidos o la dificultad de hacer amigos.

Y cuando por último se les pregunta que valoren los problemas que más les preocupan, no hay problemas que les preocupen, y no son las drogas, el alcohol o el tabaco, como un mayor podría pensar, sino, si acaso, y en un grado mínimo, como una alumna declaraba, la muerte (quízás condicionada por las fechas de comienzos de noviembre) o la dieta ¿?

Les importa no decepcionar a sus padres.

"Profe --me dice una alumna--, mi madre se llevó un disgusto con el 4,8". "Pero, ¡si está muy bien! Y recuerda que, si sigues trabajando como hasta ahora, el 4,8 será un 5." --le contesto, sabiendo que el 4,8 está hinchado, aún más después de decirles "lo más importante" para el examen.

"P..., no te olvides de decirle a tu madre lo de las dos amonestaciones" "Sí, sí, profe, lo haré" "Piensa que si te ponen otra te expulsan" P... me mira y comprensiva me promete que se lo dirá a su madre. Pero, por otro lado, no quiere decepcionar y disgustar a su madre, que según ella es una "cansina" porque siempre le está diciendo lo mismo: que estudie.

La edad de la inocencia, del sentimiento puro, de la amistad, de la generosidad, del compañerismo, pero también de la necesidad del cariño de los padres.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Análisis del discurso

Ya basta.

Antes de dormir y antes de levantarme me gusta escuchar la radio. Pues bien, me es difícil encontrar la emisora adecuada. Si voy a Ondacero me encuentro con un cabreado locutor que tiene tirria personal al Presidente del Gobierno, si voy a Radio Nacional me topo con una información demasiado aséptica y excesivamente de guante blanco, y si me voy a la Ser me encuentro con los resentimientos inveterados hacia el PP por culpa del Aznar.

Ayer antes de levantarme sintonicé la Ser. "A Rajoy (líder del PP) le gustan las medidas de Cameron" (Primer Ministro británico). El locutor resume una entrevista que le hace El País a Mariano Rajoy. De la noticia de la Ser uno sobreentiende los recortes y despidos de funcionarios que se han propuesto en Gran Bretaña. El objetivo de la noticia: crear en el público el miedo a Rajoy.

Compro el periódico El País y leo la entrevista. Lo primero que me llama la antención son las fotos de Rajoy. En una aparece en el umbral de la puerta, ni dentro ni fuera, como un gallego, pero quizás la intención del periodista es recalcar la indecisión o falta de propuestas que le achacan a Rajoy. En otra aparece Rajoy bajo una ventana de ojo de buey, con lo cual detrás de su cabeza aparece el círculo de la ventana como si se tratase de un halo de santidad. ¿Qué quiere decir?

Repaso la entrevista y Rajoy recalca una y otra vez la palabra austeridad, que lo que hay que hacer es recortar el gasto, pero no en Educación, ni en Sanidad, sino en todos los gastos superfluos de duplicidad de administraciones.

Luego en las noticias de la televisión del mediodía, Rubalcaba dice que Rajoy en realidad no quiere decir lo que hará porque tiene un programa oculto de recorte de programas sociales.

Mi dilema es el siguiente: no puedo votar a la derecha, por vísceras, aún sabiendo que, si llegan al poder, van a hacer una cirurgía en la administración y van a recortar el gasto inútil o simplemente gasto. Pero tampoco quiero votar al PSOE porque han permitido la enorme deuda del Estado, siguen despilfarrando y no se dan por enterados de dónde hay que recortar. Los socialistas tienen creado tal tejido de interesados que no son capaces de romper cordones umbilicales que les dan votos.

Voy a buscar alternativas de honestidad y seriedad.

Yo estoy dispuesto a contribuir para ayudar a parados que se formen y busquen empleo. No quiero contribuir para gastos de representación, dietas, y subvenciones a asociaciones que se han multiplicado como hongos.  

viernes, 29 de octubre de 2010

"Ni nos doblaron..."

Sobre la pizarra: Marcelino Camacho y CCOO. 20 líneas.

Eso es lo que escribí esta mañana cuando entré en el aula de 1º de Bachillerato.

Ayer habíamos tenido un examen sobre El Antiguo Régimen y la Revolución Industrial. Esta semana acabamos el tema de las Revoluciones Americana y Francesa. Esta madrugada había muerto Marcelino Camacho, líder de CCOO durante la etapa de la Transición democrática en España. Parecía como si el destino hubiese decidido que Marcelino muriese en el momento en que, de acuerdo con el programa, se explican los primeros movimientos de liberación del ser humano de la época contemporánea.

El mejor y más apropiado homenaje que le podían hacer los nietos de la generación de Marcelino, 92 años, era conocer lo que fue y lo que hizo por ellos, luchando durante toda su vida por los derechos de los obreros y de los pobres de la Tierra. 

Marta fue la primera alumna que me envió por email su investigación. "En 1935 se afilió al Partido Comunista de España y posteriormente a la UGT..." Enseguida me di cuenta. Yo quería que se fijaran en el héroe y les pregunté cuándo había nacido. En 1918 me dijeron. Entonces, en 1935, cuando se comprometió a luchar por los proletarios, tenía 17 años, casi los mismos años que tienen mis alumnos. Un año después, a sus 18 años, en 1936, cuando estalló la Guerra Civil, Marcelino "junto a otros ferroviarios cortó las vías del tren para impedir el avance fascista. Cruzó andando la sierra madrileña para unirse al bando republicano..."

La mayor parte se detenía en 1944 cuando se exilió en Orán, Argelia. Se les había olvidado mencionar el tiempo que estuvo encarcelado en Carabanchel desde 1967 hasta 1976, cuando salió diciendo: «ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar».

Creo que este es el mejor homenaje que le he podido hacer a un hombre honesto, generoso y comprometido con sus ideas. Descanse en paz. 

Venite ac capite!

¡Venid y probadlo!

No creo que haya en este mundo una experiencia humana más placentera y más generalmente aceptada que el recuerdo de los guisos de la propia madre. Estoy convencido de que si le pidiésemos a cualquiera que nos hablase de los platos que cocinaba su madre, notaríamos de repente una transformación del semblante de nuestro interlocutor hacia un estado de beatitud más propio de ángeles que de hombres. Porque despertaríamos en él el recuerdo de todos los sentidos. Asistiríamos a su inmediata secreción papilar (como si de un experimento pavloviano se tratase), para regustar el sabor indeleble en la memoria. Resurgiría en él el recuerdo del olor persistente que impregnaba toda la casa cuando puntual regresaba de la escuela o de corretear por la calle. Tendría de nuevo a la vista los vívidos colores de cocidos y fritos imposibles de plasmar ni siquiera por un Tiziano. Evocaría en las mucosas de su boca las innúmeras texturas sólo posibles de lograr con la paciencia de fuego lento de una madre. Y, en fin, volvería a escuchar el sonido de sorbos, chasquidos, y los callados y glotones murmullos de placer.

A pesar del paso del tiempo, y de haber experimentado los platos de otros o creado los tuyos propios, siempre, siempre, en tu recuerdo quedará el sabor de los guisos de tu madre.

Y en consecuencia, en la memoria de mis hijos están impregnadas y guardadas, para saltar como resortes, todas las sensaciones anteriores. En mi familia, mi esposa ha creado su propia carta de guisos, y mis hijos, ahora crecidos, cuando nos visitan, le piden sus platos favoritos, aquellos que de niños fueron entrando en el desván de sus memorias.

Esos platos también han hecho mella en mi casi sexagenario trastero de sensaciones. Y, poco a poco, he ido clasificando en mi archivo de sabores, aquellos que me sugieren recuerdos de infancia o aquellos que despiertan el sabor de nuestro propio hogar, el que mi esposa ha creado paso a paso, verso a verso en el diario vivir de nuestra familia. 

"¿Qué quieres para comer mañana?" --me preguntó mi esposa cuando nos íbamos a acostar. "Tengo pollo en el congelador" --añadió. "Bueno, entonces me gustaría ese pollo con caldo que haces". "¿Chicken in the pot?" "Sí, ese".

Cuando al mediodía siguiente, después de una agotadora jornada, con un curso que vale por tres a la vez, llegué a casa, enseguida percibí el aroma del plato que me aguardaba. Mientras esperaba que terminase de cocer el arroz que lo acompañaría, sentado en la mesa de la cocina y comentando mi jornada, me serví un vaso de vino que acompañé con un taco de queso, un trozo del cual compartí con mi leal Surra.

La receta es sencilla: limpiado y troceado el pollo, se coloca en una sartén acompañado de una cebolla picada y aceite. Cuando está dorado, se coloca todo en una cazuela, se cubre de agua, se sazona de sal y pimienta, y se pone a hervir. Al cabo de dos horas el guiso está hecho. Se acompaña con algún vegetal y con arroz. Yo sugiero que a mano se tenga un buen trozo de pan de barra para mojar el caldo. Está para chuparse los dedos.

El pollo al cazador, las albóndigas rehogadas en vino, el espagueti, el stew con dumplings, el atún con pasta y bechamel al horno, o el pollo a la cacerola, como el que aquí alabo, forman parte de nuestra cultura familiar. Porque no es nada fácil conseguir ese olor especial en cada hogar, olor que hace historia, aunque pequeña, pero historia al fin y al cabo. Hacen falta horas de cocción a fuego lento, día tras día, para conseguir el sello inconfundible en la memoria histórica de los hijos y quizás de los nietos.

martes, 26 de octubre de 2010

Pájaros sin libertad

Tiene 14 años. Es un chico inquieto, pero noble. Necesita que le prestes atención. Te toca, te hace cosquillas. Intenta llamar tu atención tocándote el hombro y a la vez quitándote el bolígrafo del bolsillo de la camisa. Al verle, de aspecto descuidado, cabizbajo, rendido (le he anunciado que le han puesto otra amonestación, y ya van seis), uno tiene la sensación de que en el fondo piensa que, haga lo que haga, los profesores le tienen entre ceja y ceja y nunca podrá salir del hoyo. 

Me pregunta si tengo pájaros de compañia. Le digo que no, que tuve uno pero que se me murió, que ahora tengo una perrina. Me cuenta que él tiene dos rotweiler y un pitbull. "Te doy cien euros si te acercas a él" --me desafía. Le digo que tenga cuidado, que mira lo que ha pasado en Galicia, donde un pitbull, encerrado en una jaula, destrozó a un niño descuidado por sus abuelos, que se acercó demasiado. "Lo tengo sujeto por una cadena así de gorda" -- me indica con las manos.
Él sigue un programa educativo especial, igual que el que seguía el curso pasado, con los mismos contenidos, que repite y repite ya sin interés. Para él las partes de la Tierra no tienen sentido, ni prerromanos, ni griegos, romanos o visigodos.

Hoy, cuando yo estaba en el ordenador del profesor repasando faltas de asistencia, y mientras unos alumnos estudiaban o intentaban estudiar para el examen, y otros hacían una práctica de tutoría sobre el empleo de su tiempo a lo largo del día, se me ha acercado y me ha dicho que quería enseñarme algo. Un poco reacio, he aceptado.

Directamente ha ido a Google y ha escrito la palabra jilgueros. En la pantalla han aparecido imágenes de variedades de jilguero. Ha querido ponerme uno como pantalla de ordenador y me ha pedido que eligiera uno.

He descubierto que le apasionan los pájaros. Se conoce los nombres de canarios, petirrojos, verdillos, y qué se yo cuántos más.

Le he pedido que me copiara varias imágenes a mi carpeta de profesor. Me ha ido mostrando uno a uno si me gustaban. He elegido unos cuantos.

Por un momento, al ver las imágenes, he sentido, tras la apariencia de chico duro, curtido, de aseo descuidado, pero de pendiente de brillante en la oreja y anillo de oro en la mano, la fragilidad de A. L., una fragilidad como la de los pájaros, ante los que sus ojos se abrían admirados, protectores y tiernos.

Y yo me digo que, si el chico tiene esa sensibilidad hacia la belleza y delicadeza de los pájaros, no debe ser tan malo el lobo como lo pintan.