"¡Cómo te cambia la vida!"
A mi derecha se sentaba una habitual compañera feligresa, que hace unos pocos años se ha convertido en abuela.
La exclamación del inicio sucedió a la cortés felicitación de Navidad y al no menos cortés interés por cómo se había pasado la Nochebuena. "Vino mi hijo que está en H..., y nos sugirió que fuésemos todos a Madrid a ver a F... mi otro hijo, que, como su mujer tenía guardia esa noche, estaba solo con mi nieto. Éste, nada más nos vio, se puso muy contento y no paró de reírse. Y por la noche, cuando nos fuimos a dormir, se acostó con nosotros, entre mi marido y yo... Lo peor es dejarlo... ¡Cómo te cambia la vida!... Llevo todo el día triste."
Apenas seguí el sermón. El sacerdote insistía en su habitual tema de la confianza en la voluntad divina y retomaba un tema nuevo del día anterior, el de la verdadera alegría, no de la inmediata y perecedera. Y mientras escuchaba y no, pensaba en las palabras de la compañera feligresa. Sus vidas habían estado trazadas por el plan más o menos esperado una vez casados y con hijos: criarlos, educarlos, ayudarlos en la búsqueda de empleo y luego, acostumbrándose a su ausencia y al vacío dejado, seguir viviendo y envejeciendo juntos.
Pero de pronto, un día, ese futuro planificado y previsto por ellos se transforma con la llegada de un nieto. De nuevo, como si despertasen, vuelve el sol a sus vidas grises, los pájaros cantan, las nubes se levantan... Y entonces la rutina se transforma en sorpresa, la calma en sobresalto, la indiferencia en interés, las horas mustias en estallidos de risa y alegría...
Verdaderamente, ¡cómo te debe cambiar la vida!
No hay comentarios:
Publicar un comentario