Era el penúltimo día de clase del primer trimestre y estaban presentes sólo una tercera parte del grupo. Cuando terminé de decirles sus notas tuve la impresión de que una gran losa acababa de caerles encima. Porque no por esperado el efecto deja de tener su poder. Quizás hubo en algunos la tímida rebeldía y esperanza de que superarían la adversidad. Pero pronto, como ha ocurrido en tantas otras ocasiones, esa pequeña luz se diluye y es absorbida por la vorágine de los estímulos que llevan al alumno a quedar fuera del camino de la recuperación. Es necesaria autodisciplina para seguir el rumbo, atándose al palo mayor del barco, y no sucumbir ante los en-cantos de las numerosas sirenas que nos impiden llegar a Ítaca.
Uno, sólo uno de entre ellos se sorprendió de que, al contrario de lo que él esperaba, no le quedara ninguna asignatura suspensa. Era como el patito feo. Se sentía un elegido, aunque sus compañeros intentasen minimizar su hazaña. A su lado estaba el que, ya repetidor, excusaba sus malos resultados en que como había sido expulsado no había podido asistir a clase, y aseguraba que obtendría su título en la educación para adultos. A continuación otro me decía que la profesora X le tenía manía. Y finalmente estaba la alumna que, feliz en este mundo y rebosando vitalidad y simpatía, es materialmente incapaz de abrir un libro y estudiar lo mínimo.
No se trata ya de lamentar inútilmente la pérdida de su oportunidad para descubrir la riqueza de la vida a través de la cultura, el problema es que estos alumnos necesitarán en un futuro no muy lejano un documento que justifique los requisitos académicos exigidos para obtener un puesto de trabajo. Y ni los padres ni los profesores somos capaces de motivarles para conseguirlo. Es posible que para ello necesiten otro tipo de institución de reaprendizaje de conducta. Por muchos andamios sorprendentes e innovadores que se utilicen en su construcción, una casa necesita sólidos cimientos para sustentarse. El aprendizaje de la cultura necesita un mínimo de motivación personal y de disciplina. Sin estas bases sobran métodos mágicos de los que al final también se aburren. En la escuela, alumnos repetidores que suspenden más de cinco asigaturas, cuyos contenidos mínimos están en lo mínimo, necesitan otro tipo de currículo y otro tipo de profesionales: necestitan aprender un oficio y la disciplina que exige un trabajo manual.
Imaginémonos una competición de salto de altura donde la barra estuviese colocada a la mínima distancia para poder conseguir el paso a la siguiente fase. Entre los convocados están los que superan el mínimo con holgura, aquellos que a duras penas lo hacen, y aquellos que no quieren saltar y preferirían ser los que colocan la barra. A éstos los padres les animan y los entrenadores les estimulan y les recuerdan las técnicas básicas del salto; ellos reflexionan por un momento, pero cuando llegan hasta la barra no pueden levantar ni la pierna y vuelta a empezar; y así una y otra vez.
O se buscan los medios para motivarlos a saltar, o posiblemente habría que decidir que esa prueba no está hecha para ellos y convendría buscarles otro puesto en la competición.
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