A... es un chico de 15 años. Es un alumno con dificultades. Le cuesta memorizar y razonar, pero este curso ha experimentado un profundo cambio. El curso pasado era frecuente verlo en el "aula de convivencia", así llamada el aula de castigo y arrepentimiento. Sin embargo este año se le ve maduro, serio, lleno de energía (juega al fútbol y liga un montón). Le hemos colocado en las primeras filas porque quiere aprovechar: sigue atento la lección, realiza las actividades encomendadas y sus deberes son un ejemplo de pulcritud.
Pero hoy cuando he entrado en clase estaba muy triste. Le he preguntado qué le pasaba y no me ha querido contestar. Por fin su compañera de al lado ha dicho que alguien le había robado la tarjeta de memoria del móvil. Le podía haber dicho que la culpa la tenía él por haber traído el móvil a la escuela pero no lo hice. Le pregunté si tenía sospecha de quién había podido ser. Un compañero de las últimas filas declaró que él no había sido y que para demostrárselo el lunes le iba a comprar una nueva. Pero A... seguía inconsolable. Por fin me habló y me dijo que no era la tarjeta para las llamadas la que le habían quitado sino la tarjeta de fotos y que en ella tenía las fotos de su abuela. Eso me llegó al alma. Solemnemente me dirigí a toda la clase y les dije que aquél que hubiese sido que la devolviese de forma anónima, entregándola al J. E. y diciendo que se la había encontrado o incluso que me la entregase a mí que yo mantendría el secreto.
No sé si aparecerá, pero me temo que no.
Pero A... se sentía abatido, como si le hubiesen robado parte de su dignidad. Habían violado su espacio, habían pasado esa fina línea que separa nuestra identidad del resto. Su profunda tristeza me conmovió. A nosotros mayores esa violación de nuestra identidad quizás nos hubiera hecho rebelarnos, gritar, resistir, atacar, pero A... parecía que no entendía esa violencia que humilla, que rompe la inocencia, que te hace cínico y mayor.
A partir de ahora A... será otra persona.
Me gustaría decirle que en este mundo, en medio de tanto estiércol, aún quedan flores.
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