Hoy visitaremos Chartres. Su catedral románico-gótica nos espera. Sus vidrieras, sus esculturas.
Hemos desayunado fuerte. El día está espléndido aunque parece que ha llovido.
Ya fuera de París, el campo es amplio, todo verde, llano, rodeado aquí y allá de manchas de bosque de un verde oscuro. Algún pueblo de casas claras, de tejados negros en pendiente, y en medio la iglesia que se yergue sola con sus torres. Todo tranquilo. Sentados en el piso superior del tren Jennifer me muestra impaciente cada detalle: "The shutters are so cool" comenta refiriéndose a las contraventanas típicas de las casas francesas.
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Estamos sentados en una terraza. Hemos pedido dos croquet complet (sandwich de jamón cubierto de queso fundido y ensalada). Hace sol. Estamos junto a la puerta norte de la catedral. Desde aquí se puede ver el lateral de la catedral con los contrafuertes de piedra envejecidos por la humedad. Se distinguen los arbotantes de arquillos típicos de Chartres. Desde aquí se divisa la plaza en frente de la catedral y al fondo una casa de ladrillo rojo y ventanales blancos. El color es un marrón gris o blanco oscuro.
Estamos en el tren de vuelta. Estamos muy cansados. Nos duelen los pies, las piernas, todo.
Lo hemos pasado muy bien. Hemos visto la catedral a fondo y luego hemos hecho la ruta de la ciudad y hemos terminado en el Museo de Beaux Arts.
La ruta de la ciudad ha sido muy interesante: las calles medievales, las casas también medievales de todo tipo. La iglesia de San Aniano y sus vidrieras del XVI maravillosas. La iglesia de San Pedro, tan grande e importante en su momento es ahora casi un monumento en ruinas. Hemos encendido una vela por todos nuestros muertos y nuestras cosas.
Luego el paseo junto al río Eure, bellísimo. Las casas junto a la ribera con sus terrazas al río parecían de película. Nos han hecho unas fotos como dos enamorados unos jóvenes que empiezan a sentir el amor. Luego en el Museo Vlamink nos ha sorprendido por su verdad y su forma de entender la pintura tan atrevida.
Ahora en el tren descansamos y echamos unas cabezadas.
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Sábado 12 de junio, Amiens.
De nuevo en el tren. Entre cabezada y cabezada con algún ronquido, un paisaje de llanuras onduladas de un verde oscuro vivo. En los límites manchas de bosque. El tren corre por entre espesa arboleda casi tropical. A veces la torre cuadrada con un chapitel bajo, muy normanda, alta y blanca. Y en su entorno casas de dos plantas de tejados negros en pendiente. Delante un pasajero con una gorra decorada con un hilo plateado con las iniciales NY, lee un grueso libro.
Avistamos la aguja de la catedral de Amiens, negra y muy alta. Nos preguntamos si sufrió la Segunda Guerra Mundial.
La estación de Amiens muy moderna. Delante de ella hay una torre muy alta. Jennifer saca su libreta de direcciones y nos encaminamos a la catedral. Llegamos a ella por la cabecera y vemos los cantrafuertes, arbotantes y gárgolas. Una imagen de San Fermín se asienta sobre uno de los contrafuertes. La puerta sur de la Virgen tantas veces vista en la clase de Historia del Arte. Vamos a la plaza de la fachada principal. Hay una conmemoración de policías y bomberos. Suena discreto el himno de la Marsellesa. Esperamos mientras nos colocamos lo más alejados posible y estudiamos en detalle la fachada. Después de un rato nos acercamos y repasamos uno a uno cada relieve, cada puerta: el Juicio Final con los condenados: la bolsa del avaro, el destripado, uno que come sapos o ranas. Luego la puerta de la Virgen y la de San Fermín con los santos sin cabeza. En la del centro los grupos de la Anunciación y la Visitación de Amiens.
Entramos en la catedral y esta vez, no como en Chartres, nos colocamos en el inicio de la nave central y contemplamos la estructura. Lo primero que notamos es la altura de los ventanales laterales: el muro ha desaparecido. No hay vidrieras como en Chartres. Simple y amplia. Recorremos la nave lateral derecha mientras se oficia una misa de difuntos (lo descubrimos después). Si en la de Chartres estaba la capilla de Enrique IV aquí no hay ninguna destacable. Llegamos a la girola. La pared del coro está decorada con relieves del XV de la vida de los Santos Fermines: predicación, descubrimiento de su cuerpo, su martirio decapitado. Retrocedemos pues no se puede rodear la girola. Cruzamos por delante de la Capilla Mayor y vamos a la izquierda. Sobre el muro del coro relieves del XV sobre la vida de Juan Bautista: su martirio, Salomé y un mono, el demonio. Herodías clavando su puñal en la cabeza de Juan. Luego visitamos la reliquia de la cabeza de San Juan. Jennifer me pregunta si creo. Yo le digo que no sé. O te niegas rotundamente o crees. Pero cabe la postura de que puede ser. En el crucero una vidriera muy sucia. También unos relieves sobre la expulsión de los mercaderes del templo. Algunas fotos del interior, naves laterales. Luego recorremos el laberinto: más geométrico y de camino negro más estrecho. Terminamos y vamos a ver la portada de la Virgen. Intentamos ver la puerta norte pero está en reparación.
Comenzamos el tour que nos ha señalado la oficina de turismo. Atravesamos el jardín del Eveque y descendemos hacia los canales. Llegamos a la plaza de Don y nos sentamos a comer en "Aux As de Don". Pedimos platos del día. Por una botella de agua nos cobran 5 €. Después hacemos el recorrido por las antiguas calles medievales de casas pequeñas de dos plantas de colores y hechura distintas. No me encanta tanto como el de Chartres. Pasamos por el paseo de restaurantes junto al agua: muy turístico.
Luego visitamos los huertos, "hortilonage", creados en las aguas del Somme: una red de canales que se puede visitar en barca. Nosotros paseamos por senderos que bordean los canales. Se ven jardines con flores a los que se puede acceder por puentes particulares cerrados.
Volvemos y nos dirigimos al Museo de Picardía. Vemos allí una exposición de Rodin. Lo que más me impresiona es la estatua de Víctor Hugo a sus 70 años, un cuerpo ya viejo pero fuerte, robusto, de "gigante", de Hércules (quizás esta es la idea que quiere transmitir Rodin), con sus pies bien pegados al suelo (a la realidad) y con un gesto como de sembrador con su brazo derecho. También sus estudios de Clemenceau, de Balzac o del propio Víctor Hugo (una hoja con varios bocetos de la cabeza).
Paseamos por la ciudad y vemos un monumento al general Leclerq, héroe de la Segunda Guerra. Nos sentamos a tomar algo en la plaza Gambetta. Una orquesta interpreta jazz. Me gusta el saxo.
Regresamos en un tren casi vacío. Cenamos en el mismo sitio que la noche pasada. Yo pruebo el cuscus vegetariano. Muy bueno. Juegan Inglaterra y Estados Unidos.
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Domingo, 13 de junio, Aachen
Un poco nerviosos al comienzo... Quizás es la hora temprana de salida del Thalys. El tren está lleno. Se nota que es gente de dinero. No se mueve ni una mosca. Todos son muy educados y hablan en voz baja.
El paisaje es de llanura. Al fondo en el horizonte líneas de bosque o cadena de colinas. Después de tres cuartos de hora veo aldeas con tejados de teja roja. Una agricultura próspera de campos amplios como los de Castilla o la campiña andaluza.
Pasamos por Bruselas. Desde la estación se ve una arquitectura de cristal muy moderna.
Lieja. Nos sorprende las fachadas de sus casas oscurecidas por el polvo y humo del carbón. Domingo por la mañana: no hay un alma por la calle.
Al fin Aachen. La precisión alemana se nota en el rigor de su arquitectura geométrica, la limpieza, su idioma.
Salimos y buscamos el Dom. Nos indican la dirección. Atravesamos la parte moderna de arquitectura industrial y de oficinas, cristal, geometría.
Por fin llegamos al Dom por el este. Un edificio alto. El coro gótico de ventanales grandes. Rodeamos el edificio buscando la entrada. Al fin la encontramos y entramos. Están en misa gregoriana. Nos quedamos hasta el final. Mientras observamos por primera vez la capilla palatina. Tal cual la recordamos de los libros pero con el añadido de entender que aquí, precisamente aquí estuvo Carlomagno y tantos otros personajes cuya huella se ha dejado en tantos objetos. Al fondo las arcas doradas con las reliquias. El altar mayor con la pala de oro. La Virgen y el Niño del siglo XIV. El candelabro de Federico Barbarroja y aquí y allá los mosaicos dorados de la bóveda central y la bóveda de la corona. Los ocho lados con su galería rota por columnas y su reja del siglo X de diseño distinto en cada lado.
Nos quedamos a la misa de 11:30. Antes hemos cogido los misales e intentamos descifrar lo que rezan el cura y los files, la mayoría mayores. La misa empieza en punto y todo muy riguroso: el cura cuida de mirar a todos los fieles. Mientras oigo los cantos y los rezos pienso en cuántos han rezado en esta capilla y en cuántos rezarán cuando nos hayamos ido los que estamos aquí. Igual que en todas las iglesias. Mis abuelos rezaron por sus antepasados en la seguridad de que los suyos rezarían por ellos algún día. Hoy nosotros rezamos por ellos, por nuestros muertos, y quizás nuestros descendientes recen por nosotros, quizás para ellos sólo seamos una idea en las palabras abuelo, abuela...
Después de la misa permanecemos un buen rato empapándonos de cada detalle del edificio.
Una vez fuera buscamos el Tesoro. Magnífico: relicarios de oro, dípticos y evangeliarios de marfil, cruces incrustadas de piedras preciosas, pintura flamenca, relieves policromados del XIV y XV.
Cuando terminamos tenemos una experiencia no muy agradable con la vendedora de postales: se ofende porque preguntamos en inglés. Mezquina.
Dispuestos a comer encontramos una terraza adornada con banderas alemanas en espera del debut de la selección alemana. Pedimos un plato típico de Aachen: carne de ternera cocida con lombarda en vinagre, con una salsa densa marrón con pasas y acompañado de bolas de puré de patata. Delicioso.
Luego buscamos una terraza para el postre. J. toma un helado. Junto a nosotros se sienta un grupo numeroso de ciclistas. Delante de nosotros tenemos la fachada sur de la Capilla. En la portada Santa Ana sujetando en sus brazos a la Virgen y al Niño y en los contrafuertes del coro gótico esculturas góticas, algunas realizadas por un escultor moderno.
Paseamos por la parte vieja. J. compra Printen. Luego vamos al parque donde un edificio neoclásico alberga aguas termales sulfurosas que en su día visitaron desde Pipino, el padre de Carlomagno, hasta personajes del XIX.
Caminamos a la estación y regresamos al hotel. Por la noche nos apetece cenar soupe à l'ognion.
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Lunes, 14 de junio, Versalles y de nuevo Notre Dame
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