lunes, 27 de diciembre de 2010

Sus platos favoritos

Tomó la cámara fotográfica para hacer fotos del árbol de Navidad que entre él y su hermana estaban decorando. Al comprobar cómo habían salido, descubrió guardadas en la memoria una serie de fotografías de platos de cocina que su madre había hecho. Lo que él no sabía era que esos platos los había preparado su madre para su regalo de Navidad. "¡Lemon chicken! ¡Albóndigas al vino! ¡Habéis comido todos los platos que a mí me gustan!" --se lamentó el joven Apolo. Su madre se encogía de hombros mientras en su interior sonreía, complacida porque había acertado con el regalo.

Durante semanas ella y su marido habían estado sometidos a un programa estricto y placentero de comer todos los platos que, durante los años en que sus hijos habían convivido con ellos, habían constituido la dieta familiar. Y en especial se había concentrado en los platos que habían formado el bagaje gustativo de la memoria de su hijo. Cada dos o tres días un nuevo plato aparecía sobre la mesa, y ella tomaba sendas fotografías, una de la fuente o cazuela donde se había cocinado, y otra de una ración servida. "¿Cuál te gusta más?" --era la pregunta habitual que obligaba al marido a una decisión difícil pero normalmente concordada.

El destino de las fotografías era componer un libro de recetas de los platos preferidos de su hijo, para que él las pudiera realizar y quizás transmitir algún día a sus hijos. Cada detalle del álbum fue cuidadosamente estudiado. En su cofección colaboró la papelería, convertida en cómplice. Hasta la cubierta provocó una desazón el penúltimo día: el color amarillo era el preferido (adecuado por sus propiedades estimulantes del apetito) y para superar una mínima dificultad hubo que recurrir a la imaginación.

En la mañana de Navidad, cuando llegó su turno, el hijo tomó el paquete, rompió ávido el envoltorio de papel y abrió la caja. Dentro había una carpeta amarilla. Intrigado, abrió la tapa y al pronto fue descubriendo uno a uno, con los ojos abiertos y la expresión incrédula, los mil placeres que recordaba de su infancia y adolescencia. Mientras descubría los secretos de cada plato y musitaba sus nombres, como si conjurándolos quisiese hacerlos realidad, su madre sonreía.  

Luego se levantó y dirigiéndose hacia ella la comió a besos.

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