jueves, 23 de diciembre de 2010

Expectativas

No ha mucho escuché en la radio que nuestras expectativas como personas dependen de las expectativas que en su día se hicieron nuestros padres de nosotros. La profesional invitada al programa sugería que para mejorar nuestra autoestima nos imaginásemos la madre o el padre perfectos que nos tenían en la máxima estima y nos consideraban lo máximo como hijos o hijas.

Me pregunto cuál habrá sido el efecto de las expectativas de los padres de algunos de mis alumnos sobre la autoestima de éstos. Estoy seguro de que cuando nacieron, sus padres los consideraron lo mejor del mundo y se propusieron para ellos lo máximo que puede desearse. Pronto se darían cuenta de que, por más que lo intentasen, poco o nada podían influir en la mayoría de las circunstancias que moldearían las vidas de sus hijos. Pero, paradójicamente, de la respuesta de éstos a esas circunstancias, o desafíos de la vida, dependería la evolución de las expectativas de sus padres sobre ellos.

El penúltimo día de clase de este primer trimestre comuniqué las notas a los alumnos de mi tutoría. No eran buenas. A pesar de la protesta de algún optimista porque le habían quedado menos que el año anterior, la sensación general que percibí fue que si ya se sentían hundidos debieron hundirse un poco más. Tenían ante sí la dífícil papeleta de afrontar el rostro resignado de sus padres. Lo triste es que quizás esos alumnos ya han asumido la decepción de sus padres y que más ya no pueden decepcionarlos.

Sumidos en ese sentimiento de inferioridad, dudo de la eficacia de las teorías de la tertuliana radiofónica. ¡Si al menos como Sísifo, el del mito, consiguieran llegar con su pesada carga hasta la cima! Pero están tan hundidos que más parecen Prometeos encadenados esperando que alguien les recuerde que ellos aún son poseedores de un ascua capaz de ser inflamada con el soplo necesario. 

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