viernes, 31 de diciembre de 2010

La buena educación


Mientras esperaba mi turno en la carnicería, observaba al carnicero preparar la carne. Su dominio con el hacha o el cuchillo es el resultado de muchas horas de práctica. Dónde ha de cortarse, cuáles son los secretos de las carnes, cuál es la mas apropiada para uno u otro plato; todo ello es lo que hace a un artesano de la carne dueño de su oficio. Pero hay algo más. Si a esa técnica le añades la bonhomía, es decir, la virtud, te encuentras ante una persona realizada. Y eso también es el resultado de buena crianza, de buenos cimientos.

El carnicero de mi barrio saluda a cada cliente que entra en su tienda, a muchos por su nombre; tiene siempre una actitud de servicio, y además esta contento de servir; hace su trabajo a conciencia; y vela por la buena salud de sus feligreses. Respeta a cada uno de los múltiples caracteres que entran en su tienda; sabe hasta dónde puede llegar en cada caso: con algunos bromea y se deja bromear, con otros hace comentarios más serios pero sin perder la sonrisa.

Lo más seguro es que su educación formal, sus estudios, hayan estado limitados a la educación básica. Pero su educación es muy superior a la de muchos que tienen títulos universitarios.

Nos empeñamos en defender la necesidad de una buena formación. Mejor sería si nos empeñásemos en una buena educación. Y en ésta tenemos mucho que aprender de esos hombres y mujeres que saben hacer bien su trabajo, y además lo hacen con el respeto y el cariño hacia sus clientes reflejo de su buena educación. Decía Pablo de Tarso: “Aunque hable la lengua de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como el bronce que suena o címbalo que retiñe". Sustituyamos la palabra "caridad" por "educación" y lo mismo puede decirse de los que tienen mucha formación, mucha cultura, pero no tienen respeto, consideración, en definitiva buena educación.

Prefiero mil veces como persona al carnicero de mi barrio que al liceniado orgulloso y snob que mira a los demás por encima del hombro. Al final lo que queda de uno son sus actos, no su sabiduría. Es mejor que ésta se traduzca en aquéllos con honestidad, honradez y respeto.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Los pájaros cantan, las nubes se levantan...


"¡Cómo te cambia la vida!"

A mi derecha se sentaba una habitual compañera feligresa, que hace unos pocos años se ha convertido en abuela.

La exclamación del inicio sucedió a la cortés felicitación de Navidad y al no menos cortés interés por cómo se había pasado la Nochebuena. "Vino mi hijo que está en H..., y nos sugirió que fuésemos todos a Madrid a ver a F... mi otro hijo, que, como su mujer tenía guardia esa noche, estaba solo con mi nieto. Éste, nada más nos vio, se puso muy contento y no paró de reírse. Y por la noche, cuando nos fuimos a dormir, se acostó con nosotros, entre mi marido y yo... Lo peor es dejarlo... ¡Cómo te cambia la vida!... Llevo todo el día triste."

Apenas seguí el sermón. El sacerdote insistía en su habitual tema de la confianza en la voluntad divina y retomaba un tema nuevo del día anterior, el de la verdadera alegría, no de la inmediata y perecedera. Y mientras escuchaba y no, pensaba en las palabras de la compañera feligresa. Sus vidas habían estado trazadas por el plan más o menos esperado una vez casados y con hijos: criarlos, educarlos, ayudarlos en la búsqueda de empleo y luego, acostumbrándose a su ausencia y al vacío dejado, seguir viviendo y envejeciendo juntos.

Pero de pronto, un día, ese futuro planificado y previsto por ellos se transforma con la llegada de un nieto. De nuevo, como si despertasen, vuelve el sol a sus vidas grises, los pájaros cantan, las nubes se levantan... Y entonces la rutina se transforma en sorpresa, la calma en sobresalto, la indiferencia en interés, las horas mustias en estallidos de risa y alegría...

Verdaderamente, ¡cómo te debe cambiar la vida! 

martes, 28 de diciembre de 2010

Ítaca


Si eres tutor de un grupo de alumnos con problemas de aprendizaje, uno de los momentos más temidos es cuando recibes el acta de evaluación del grupo y compruebas que la media de suspensos es superior a la normalmente asumible. Otro momento difícil es cuando tienes que comunicarles a tus alumnos las malas noticias.

Era el penúltimo día de clase del primer trimestre y estaban presentes sólo una tercera parte del grupo. Cuando terminé de decirles sus notas tuve la impresión de que una gran losa acababa de caerles encima. Porque no por esperado el efecto deja de tener su poder.  Quizás hubo en algunos la tímida rebeldía y esperanza de que superarían la adversidad. Pero pronto, como ha ocurrido en tantas otras ocasiones, esa pequeña luz se diluye y es absorbida por la vorágine de los estímulos que llevan al alumno a quedar fuera del camino de la recuperación. Es necesaria autodisciplina para seguir el rumbo, atándose al palo mayor del barco, y no sucumbir ante los en-cantos de las numerosas sirenas que nos impiden llegar a Ítaca.

Uno, sólo uno de entre ellos se sorprendió de que, al contrario de lo que él esperaba, no le quedara ninguna asignatura suspensa. Era como el patito feo. Se sentía un elegido, aunque sus compañeros intentasen minimizar su hazaña. A su lado estaba el que, ya repetidor, excusaba sus malos resultados en que como había sido expulsado no había podido asistir a clase, y aseguraba que obtendría su título en la educación para adultos. A continuación otro me decía que la profesora X le tenía manía. Y finalmente estaba la alumna que, feliz en este mundo y rebosando vitalidad y simpatía, es materialmente incapaz de abrir un libro y estudiar lo mínimo.

No se trata ya de lamentar inútilmente la pérdida de su oportunidad para descubrir la riqueza de la vida a través de la cultura, el problema es que estos alumnos necesitarán en un futuro no muy lejano un documento que justifique los requisitos académicos exigidos para obtener un puesto de trabajo. Y ni los padres ni los profesores somos capaces de motivarles para conseguirlo. Es posible que para ello necesiten otro tipo de institución de reaprendizaje de conducta. Por muchos andamios sorprendentes e innovadores que se utilicen en su construcción, una casa necesita sólidos cimientos para sustentarse. El aprendizaje de la cultura necesita un mínimo de motivación personal y de disciplina. Sin estas bases sobran métodos mágicos de los que al final también se aburren. En la escuela, alumnos repetidores que suspenden más de cinco asigaturas, cuyos contenidos mínimos están en lo mínimo, necesitan otro tipo de currículo y otro tipo de profesionales: necestitan aprender un oficio y la disciplina que exige un trabajo manual.

Imaginémonos una competición de salto de altura donde la barra estuviese colocada a la mínima distancia para poder conseguir el paso a la siguiente fase. Entre los convocados están los que superan el mínimo con holgura, aquellos que a duras penas lo hacen, y aquellos que no quieren saltar y preferirían ser los que colocan la barra. A éstos los padres les animan y los entrenadores les estimulan y les recuerdan las técnicas básicas del salto; ellos reflexionan por un momento, pero cuando llegan hasta la barra no pueden levantar ni la pierna y vuelta a empezar; y así una y otra vez.

O se buscan los medios para motivarlos a saltar, o posiblemente habría que decidir que esa prueba no está hecha para ellos y convendría buscarles otro puesto en la competición.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Sus platos favoritos

Tomó la cámara fotográfica para hacer fotos del árbol de Navidad que entre él y su hermana estaban decorando. Al comprobar cómo habían salido, descubrió guardadas en la memoria una serie de fotografías de platos de cocina que su madre había hecho. Lo que él no sabía era que esos platos los había preparado su madre para su regalo de Navidad. "¡Lemon chicken! ¡Albóndigas al vino! ¡Habéis comido todos los platos que a mí me gustan!" --se lamentó el joven Apolo. Su madre se encogía de hombros mientras en su interior sonreía, complacida porque había acertado con el regalo.

Durante semanas ella y su marido habían estado sometidos a un programa estricto y placentero de comer todos los platos que, durante los años en que sus hijos habían convivido con ellos, habían constituido la dieta familiar. Y en especial se había concentrado en los platos que habían formado el bagaje gustativo de la memoria de su hijo. Cada dos o tres días un nuevo plato aparecía sobre la mesa, y ella tomaba sendas fotografías, una de la fuente o cazuela donde se había cocinado, y otra de una ración servida. "¿Cuál te gusta más?" --era la pregunta habitual que obligaba al marido a una decisión difícil pero normalmente concordada.

El destino de las fotografías era componer un libro de recetas de los platos preferidos de su hijo, para que él las pudiera realizar y quizás transmitir algún día a sus hijos. Cada detalle del álbum fue cuidadosamente estudiado. En su cofección colaboró la papelería, convertida en cómplice. Hasta la cubierta provocó una desazón el penúltimo día: el color amarillo era el preferido (adecuado por sus propiedades estimulantes del apetito) y para superar una mínima dificultad hubo que recurrir a la imaginación.

En la mañana de Navidad, cuando llegó su turno, el hijo tomó el paquete, rompió ávido el envoltorio de papel y abrió la caja. Dentro había una carpeta amarilla. Intrigado, abrió la tapa y al pronto fue descubriendo uno a uno, con los ojos abiertos y la expresión incrédula, los mil placeres que recordaba de su infancia y adolescencia. Mientras descubría los secretos de cada plato y musitaba sus nombres, como si conjurándolos quisiese hacerlos realidad, su madre sonreía.  

Luego se levantó y dirigiéndose hacia ella la comió a besos.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Patchwork


El hilo, la aguja, el dedal y... unas manos.

El eslabón entre la mente creadora y la materia inerme pero dúctil, son esas manos maduras, experimentadas y hábiles que responden ágiles a los deseos de aquélla.

Entre las manos, la tela, dócil a dejarse imprimir un mundo de diseños, puntadas, arreglos, pero sobre todo horas y horas de pensamientos, desengaños, tristezas, nostalgias, culpas, logros, sueños, ilusiones, en definitiva ... vida.

Mientras hunde la aguja en el lugar preciso, mide la distancia de la puntada y hace surgir de nuevo el acero a la luz, han pasado apenas segundos, pero el movimiento, una y otra vez repetido, se convierte en péndulo de tiempo que mide las frases de pensamientos que se enlazan para reproducir un recuerdo a la hija ausente y para recordar una vez más las muchas historias que contarle cuando venga; para sentir la nostalgia del abrazo del hijo cercano en la distancia pero lejano con sólo traspasar la puerta de la casa; para repasar una vez más proyectos por realizar; para recuperar momentos vividos; o para compartir con el compañero el lento o apresurado paso del tiempo.

Cada pedazo de tela es un pedazo de vida. Algodones, lanas, panas, telas sintéticas, cada una de una textura y de un color distintos; colores de tonos gastados por el uso y los muchos lavados. Pedazos de ropa que guardan el recuerdo de arenas de parques, de caídas en juegos y carreras, de estrenos de fiestas, de uniformes de colegio, de disfraces de Carnavales y Halloweens.

Sentirlos de nuevo entre los dedos; hacer de ellos pantallas que al pespuntar plasman y van reflejando tantos y tantos cuidados, preocupaciones, risas, confesiones, e ilusiones de futuro; convertirlos, con la pericia de las manos cansadas, en testimonio futuro de un pasado que jamás se olvidará.

Al final ella puede decir: aquí está mi vida unida a las vuestras para siempre. Sentiréis mi presencia en el calor y la caricia, en el color y en el olor que evocaré.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Expectativas

No ha mucho escuché en la radio que nuestras expectativas como personas dependen de las expectativas que en su día se hicieron nuestros padres de nosotros. La profesional invitada al programa sugería que para mejorar nuestra autoestima nos imaginásemos la madre o el padre perfectos que nos tenían en la máxima estima y nos consideraban lo máximo como hijos o hijas.

Me pregunto cuál habrá sido el efecto de las expectativas de los padres de algunos de mis alumnos sobre la autoestima de éstos. Estoy seguro de que cuando nacieron, sus padres los consideraron lo mejor del mundo y se propusieron para ellos lo máximo que puede desearse. Pronto se darían cuenta de que, por más que lo intentasen, poco o nada podían influir en la mayoría de las circunstancias que moldearían las vidas de sus hijos. Pero, paradójicamente, de la respuesta de éstos a esas circunstancias, o desafíos de la vida, dependería la evolución de las expectativas de sus padres sobre ellos.

El penúltimo día de clase de este primer trimestre comuniqué las notas a los alumnos de mi tutoría. No eran buenas. A pesar de la protesta de algún optimista porque le habían quedado menos que el año anterior, la sensación general que percibí fue que si ya se sentían hundidos debieron hundirse un poco más. Tenían ante sí la dífícil papeleta de afrontar el rostro resignado de sus padres. Lo triste es que quizás esos alumnos ya han asumido la decepción de sus padres y que más ya no pueden decepcionarlos.

Sumidos en ese sentimiento de inferioridad, dudo de la eficacia de las teorías de la tertuliana radiofónica. ¡Si al menos como Sísifo, el del mito, consiguieran llegar con su pesada carga hasta la cima! Pero están tan hundidos que más parecen Prometeos encadenados esperando que alguien les recuerde que ellos aún son poseedores de un ascua capaz de ser inflamada con el soplo necesario. 

domingo, 19 de diciembre de 2010

Un frío de justicia

Cuando llegaron a la iglesia observaron que los sitios donde habitualmente se sentaban estaban ocupados por una señora. Aquellos sitios tenían una particularidad: estaban justo al lado de un calefactor. En un día frío como aquél, aquellos lugares eran los más cotizados. Había más gente de la habitual. Pronto supieron que se trataba de una misa de aniversario.

El tema del Evangelio era el dilema que se le plantea a José cuando se entera de que María está esperando un hijo. La ley le permitía repudiarla, pero él, después del sueño y las palabras del ángel, decide no hacerlo. El bueno del sacerdote centró su homilía en la actitud de fidelidad del Carpintero. Pero algo rechinó en los oídos del oyente. El orador unía dos palabras que no cuadraban. "José era justo. Él no denunció...él no denunció". Por de pronto el mensaje del orador era equívoco. Es obvio que una persona de su responsabilidad hablaba con intención. La cuestión es si se refería a situaciones con las que estaba familiarizado.

Lo primero que pensó el oyente era lo absurdo de lo que oía. "Todo lo contrario --se dijo a sí mismo--, si uno es justo tiene que denunciar la injusticia". La justicia se simboliza con la figura de una mujer con los ojos vendados que tiene en una mano una balanza y en la otra una espada. Justicia es dar a cada uno lo que se merece. Estamos asistiendo diariamente a la irresponsabilidad, el fraude, al engaño y no puede pedirse a una persona bien nacida que mire para otro lado. La persona justa debe, con los ojos vendados, sopesar la acción que juzga, y si la acción juzgada no se corresponde con lo que debería ser, entonces utilizará la espada para corregirla. José sí era justo porque conocía la verdad tal como se la había revelado el ángel y no denunció por eso. Visto así, las palabras del cura no chirrían tanto. Pero aún así, la yuxtaposición quizás no fue la más afortunada.

Cuando el oyente estaba en esta reflexión bizantina, cuando apenas seguía el resto del discurso, y cuando esperaba que de un momento a otro el orador finalizase, aún así, fue sorprendido por el "Creo en ...", primeras palabras del Credo, que daban por terminado su discurso. Al orador podrían achacarle falta de sistema en su exposición, machaconería en el tema recurrente de sus homilías, pero nadie, ni siquiera el más avezado director de suspense, le ganaba a lo inesperado de sus finales. Lo bueno que tenían sus misas es que el paso de un periodo a otro se producía sin solución de continuidad. Es justo reconocerlo.

viernes, 17 de diciembre de 2010

A vueltas con la educación

En relación con el informe Pisa, el catedrático Manuel Ramírez publicaba en el periódico Hoy un artículo titulado "Razones del caos educativo", del que he extraído lo más relevante:

"...lo que aparece con claridad es que estamos por debajo de la media de los países europeos ... Por lo demás, si la pregunta se hubiera realizado a quienes, por profesión dedican su vida a la enseñanza (maestros, profesores de Instituto, catedráticos de Universidad, etc.), el veredicto hubiera sido, además de más fiable, mucho menos loable. ...

 En primer lugar, ...se ha despreciado el supuesto de la autoridad, sustituido por el de la igualdad. El superior en edad, status o méritos, se diluye en un mundo como el actual, con los únicos disvalores del pronto éxito sin esfuerzo, el erotismo y el consumismo. La disciplina se viene abajo porque todas las posturas y opiniones se dice que valen lo mismo...

En segundo lugar ..., se han cometido, desde antaño, penosos errores. ...la desaparición o minusvaloración de las lenguas clásicas (latín y griego) ...O el no menor error de la condena en su día atribuida a la memoria ... El permanente recurso a los nuevos medios tecnológicos están dando la puntilla a la necesidad de acumulación de conocimientos. En este punto de errores cabría sumar los cambios en las formas y fechas de exámenes, la desaparición de las pruebas orales o la excesiva generosidad en el número de convocatorias para repetir una asignatura y hasta un curso completo con el lastre que ello supone.

Y en tercer lugar, creo que constituye una trágica equivocación el hecho de limitar los espacios educativos a los centros de enseñanza. No me refiero únicamente al insoslayable papel que, en este aspecto, juega la familia y lo difícil de su desempeño en la actual situación de falta de diálogo entre padres e hijos ... Es decir, la enorme influencia de la televisión. Y por medio de nuestra televisión el docente únicamente recibe disvalores: exaltación del erotismo, imperio de la suerte en vez del trabajo diario, invitación al desmedido consumo y violencia, mucha violencia ... Pero es un factor que daña con intensidad cualquier proceso educativo. Una auténtica droga que evita pensar y hace desaparecer el espíritu crítico. Lo que acaba reinando es la mediocridad... A  la postre, quizá ocurra que no es posible pedir una mejor educación en una sociedad que rezume mediocridad en todos los aspectos."

lunes, 13 de diciembre de 2010

Encrucijadas


Hace unos días, animando a mis alumnos para que aprovecharan el tiempo, estudiaran y al menos sacasen el Graduado, J.C. me sorprendió diciéndome "Mi padre dice que este sistema educativo no está hecho para chicos como yo". J.C. es un alumno que se niega a aprender. El se sienta junto a la ventana, se repantinga en la silla y cuando no intenta jugar con algún compañero o compañera, dibuja una y otra vez su firma graffitera. En aquel momento pensé que para él no había sistema educativo que valiese.

Pero le vengo dando vueltas a esa declaración, y si me pongo a analizar la realidad, yo estoy de acuerdo con él. El sistema tiene muy buenas intenciones, por ejemplo la universalidad de la educación, pero tiene también sus trampas. La obligatoriedad ha hecho que un alumno tenga que estar en el sistema normal aunque no quiera. Si en un curso no supera más de dos asignaturas debe repetir. No importa. Él sabe que repitiendo el mismo curso, al siguiente año, aunque no haga absolutamente nada, va a pasar al curso siguiente. Las asignaturas pendientes se le acumulan, de tal modo que es humanamente imposible recuperarlas. La salida es que repita una segunda vez. Y ¿luego? pues, o sigue algún programa de diversificación o, cuando tenga 16 años, obtiene un certificado de escolaridad; lo que significa no obtener el Graduado y no poder optar por trabajos que lo exigen.

Y ¿qué pasa con aquellos que quieren pero no pueden? ¿Por qué no se les da una educación adaptada separándolos de aquéllos que no quieren estudiar? Porque no hay recursos. Eso sí, hay leyes y leyes a porrón, que si adaptaciones imposibles, que si programas que rebajan los contenidos hasta límites insospechados, pero ¿más recursos humanos?, de eso nada. 

Los alumnos que no quieren estar en el sistema, si quieren aprender un oficio deben esperar al menos hasta los 16 años para poder acceder a un módulo profesional. El problema de los módulos es que, si bien dan una salida educativa, no son rentables. Un módulo de peluquería con veinte alumnos produce al cabo de cinco años 100 peluqueros. Muchos peluqueros. Pero se ha invertido mucho dinero en montar las instalaciones, los equipos y los profesionales y debe seguir produciendo peluqueros. 

Otra solución podría ser mantener los centros de Secundaria para aquellos que "quieren" estudiar, tanto para los buenos como para los menos buenos. Y habilitar otras fórmulas para aquellos que llegada una edad, digamos catorce años, no quieren estudiar y quieren aprender un oficio. El dinero que se gasta en programas inútiles se ofrecería a empresas que se comprometiesen a enseñar un oficio; empresas a las que se les exigiría, para cobrar la subvención, una responsabilidad, evaluable en el aprendizaje del alumno o alumna. El alumno podría recibir al mismo tiempo en la propia escuela clases en destrezas básicas de matemáticas, lenguaje, idiomas y cultura general. Quizás con el estímulo de lograr el aprendizaje del oficio, el alumno reconsiderase su motivación a la hora de aprender números, letras, y fechas. 

Mientras tanto, algunos alumnos vegetan en nuestras clases hasta los 16 o 18 años para, al final, sin Graduado, salir a engrosar la multitud de personas sin cualificación alguna, que van a ser pasto del paro o de la asistencia social.   

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El quid de la cuestión

Juan Luis Vives en sus Diálogos, por boca de Sofóbulo (el hombre prudente, sabio y de consejo) aconseja a Filipo (Felipe II) en el capítulo El Príncipe Niño

So. No hay cosa tan fácil, que no sea difícil, si la haceis de mala gana. La tarea de los estudios no es pesada para aquel que la lleva de buena gana: mas para el que de mala, aun el jugar y pasear en lugares muy amenos, le es cosa muy pesada é intolerable. Para ti, Moróbulo, amigo de chanzas, y toda la vida acostumbrado a ellas, hacer, ú oir alguna cosa seria, te sirve de muerte: á otros por el contrario, parecería pesado el vivir, si viviesen ese modo de vida.

Juan Luis Vives. Diálogos. El Príncipe Niño. Moróbulo, Filipo, Sofóbulo. Edición de 1817. Pag. 313
SOFÓBULO.- Hombre prudente, sabio y de consejo.
MORÓBULO.- Adulador, baladí, ligero, y aun necio.

 
Hoy se publicaban los resultados del Informe PISA 2009. El País daba la noticia de este modo:

"Examen a la educación secundaria - El informe PISA 2009
(Titular) La escuela se instala en la mediocridad
(Entradilla) El nivel educativo de los españoles de 15 años es menor al de la media de la OCDE - Los métodos caducos y la deficiente formación del docente se señalan como causa

(Cuerpo) … el estudio presentado ayer, que muestra la emergencia de Asia también en educación, coloca a España por debajo de la media y dibuja un sistema que funciona mejor que otros en las peores circunstancias (con alumnos de contextos más desfavorecidos) pero falla claramente en excelencia.

Según los especialistas … no se han tocado suficientemente aspectos que lastran. Por ejemplo, la organización parcelada de las asignaturas y sus contenidos, la formación y la selección del profesorado para elegir a los mejores, la autonomía de los centros y capacidad pedagógica de la dirección escolar, o la elevada repetición de curso, resume el catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Granada Antonio Bolívar.

El catedrático de Didáctica de la Matemática de la Universidad de Extremadura Lorenzo Blanco y la profesora de Didáctica de las Ciencias de la Universidad de Santiago Maria Pilar Jiménez apuntan algunos: mejorar la formación de los profesores, cambiar unos contenidos que son del siglo pasado y potenciar la enseñanza práctica.

El que sí es un gran condicionante, según PISA, es el nivel socioeconómico y cultural de los alumnos y de los centros. La diferencia media entre los alumnos que tienen en casa menos de 10 libros y más de 500 es de 124 puntos en España y de 126 para toda la OCDE...

En cualquier caso, todo eso tiene que ver con la exigencia que, en creencia generalizada, es muy baja en España... Pero las cifras de PISA dicen otra cosa. El sistema educativo español suspende a más alumnos que la prueba de PISA..."

Sólo algunas reflexiones:

En la entradilla, curiosamente, sólo se destacan dos causas de las varias que luego se presentan en el cuerpo y que son: los métodos caducos y la deficiente formación de los profesores. (Sólo uno de los factores en el proceso enseñanza-aprendizaje).

Pero, y de nuevo curiosamente, quienes aluden los motivos del fracaso son Catedráticos de Didáctica, supuestamente aquellos que deberían formar a los profesores.

De nuevo volvemos a esconder la cabeza bajo el ala.

Se parte de la teoría elaborada a partir de una práctica pasada para analizar una realidad, una práctica nueva. Realidad que exige un análisis a partir del cual poder construir una nueva teoría. ¿Cuántos de los teóricos han visitado un aula actual de alumnos de 15 años? ¿Cuántos trabajadores a pie de obra han sido consultados para saber cómo marcha la construcción?

La nueva realidad incluye una insultante falta de motivación y hasta desprecio por la cultura. ¿Qué puede motivar a un joven o una joven de 15 años de un humilde barrio de ciudad a descubrir la belleza de una obra literaria, o de una catedral, o de la generosidad de los hombres y mujeres del pasado, cuando, no ya la familia, lastrada por falta de recursos, sino una sociedad para quien el héroe es aquel que puede vivir del cuento, de la manipulación, del engaño y de la sinvergonzonería?

Estoy de acuerdo con que es necesario motivar a los alumnos, y que gran parte de la motivación está en el dominio por parte del docente de la materia que se enseña. Pero previo a todos los métodos que se quiera, son necesarias dos condiciones para la mejora. Primera: es imprescindible recobrar un mínimo, ¿digamos quince minutos?, de silencio al inicio de la clase para escuchar las instrucciones o explicaciones del profesor. Y segunda: el alumno tiene que hacerse callos en los codos, señal de que estudia, y en el dedo índice, señal de que escribe. Y en ambos condicionantes las familias deben ser intransigentes y apoyar al docente. Sin escuchar al profesor es imposible comprender las mínimas explicaciones, que se pierden en ruegos de silencio. Sin estudiar es imposible que frague el hormigón de cultura que se ha depositado por las mañanas y se construya poco a poco el edificio de la persona.

Decía Juan Luis en el siglo XVI que la tarea del estudio debe ser realizada de buena gana.

Amigo Juan Luis, he ahí el quid de la cuestión.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Sine verecundia

La palabra sinvergüenza se compone de dos partes, el prefijo sin y la palabra vergüenza.

sin.
(Del lat. sine).
1. prep. Denota carencia o falta de algo. (Diccionario de la Real Academia Española)

vergüenza.
(Del lat. verecundĭa).
1. f. Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena. (Diccionario de la Real Academia Española)

Etimología de vergüenza:

Del latín verecundĭa. La terminación -cundo es propia de algunos adjetivos verbales latinos, y transmite a quien la posee las facultades definidas por el verbo. Así, de fari “hablar” tenemos facundo, “hablador, parlanchín”, y de feo “producir, generar” nos encontramos con fecundo, “productivo, fértil”. Verecundo deriva del verbo vereri, que literalmente significa “temer, no atreverse a hacer algo”, pero no por miedo o terror, sino por respeto o reverencia, palabra que procede de ese mismo verbo. 1

Por tanto, sinvergüenza: ausencia de vergüenza, ausencia de verecundĭa.

Aplíquese a discreción.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Nel mezzo del camin


Había llegado a una edad frontera. Estaba aún en el curso medio del río donde aún puede haber meandros. Pero nota ya que las aguas se calman y, aunque aún está lejos, adivina ya la mar en el horizonte lejano.

En ese momento los retoños de su árbol han prendido, crecen sanos, y él sabe que resistirán a vientos, heladas y sequías.

Prevé que poco a poco, no muy tarde, comenzarán a surgir los pequeños achaques, y quién sabe qué sorpresas de salud le aguardan.

Pero con todo, sabe que aún le queda tiempo para experimentar, para conocer, para crecer.

Pero, sobre todo, sueña con vivir, junto a la persona que ama, todas, absolutamente todas las experiencias que vive un hombre normal de su edad, sin ninguna excepción, ninguna.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Requiem por unos humildes depósitos de agua de estación de tren

Ser o no ser. Hay elementos en nuestro paisaje que se presentan como un interrogante. En este caso parece que ni piripintado. En el barrio de San Miguel existían hasta ayer, junto al puente sobre la antigua vía Plasencia-Astorga, al lado del actual Instituto de Secundaria, dos depósitos de agua. Su diseño cilíndrico estaba compuesto de dos partes, una base de albañilería y un segundo cuerpo metálico de depósito para el agua. Ambos estaban conectados como vasos comunicantes por medio de tubos. El diseño es frecuente en este tipo de instalaciones. Como decía, hasta ayer eran un elemento del paisaje de San Miguel. Ayer por la mañana contaba en esta página que había visto un camión de Grúas Eugenio. Cuando salimos a mediodía los trabajos de derribo habían empezado. Uno de los cilindros metálicos había sido abierto como panza de cerdo por el soplete y se trabajaba en separlo de la base de albañilería. Si se siguió trabajando toda la tarde es posible que hoy cuando llegue al Instituto hayan desaparecido.
Ciertamente los dos depósitos tapaban la perspectiva del edificio del Instituto, por otro lado, ninguna joya, a mi humilde modo de ver, de la arquitectura moderna, a no ser como símbolo del modelo educativo público que nos espera: gris. Los depósitos eran un elemento de arquitectura histórica. Representaban la huella de un pasado donde el ferrocarril tuvo su importancia y como tal vestigio histórico habría que conservarlo por su singularidad. Como los depósitos, hay otros elementos en San Miguel que merecen atención y que, si desapareciesen, San Miguel dejaría atrás parte de su memoria. Ambos depósitos estaban situados en una zona aprovechable para zona verde, y podrían haberse transformado para un uso colectivo: un pequeño museo antropológico, la sede de alguna asociación de vecinos... Los depósitos están en propiedad pública, del Estado, y uno no se explica, no ya la falta de sensibilidad histórico-cultural (que es mucho pedir), sino la ausencia de una política de la propia Renfe para conservar su patrimonio histórico, si no por motivos económicos, al menos por mantener aquello que ha constituido parte de su propia identidad. Los depósitos desaparecerán. Quedarán fotos antiguas que con el paso del tiempo se volverán de color sepia. Nuestra sociedad barre y olvida, en un salto continuo hacia adelante. Pero la Historia, para mí, es como la labor del punto, uno hacia adelante pero enganchando con el anterior, y así se construye el tejido sólido. Si damos demasiados saltos y perdemos los puntos, al final el tejido se deshilacha y hay que volver a empezar, pero ¿de dónde?.

(Nota: Cuando he llegado al Instituto he comprobado que han cortado uno de los depósitos metálicos. Los restos parecen enormes escamas o conchas de un antediluviano insecto... Continuará)

Depósitos de agua de la estación de tren de Plasencia

jueves, 2 de diciembre de 2010

Carpe diem

Al pasar hoy por el puente de Trujillo me preguntaba si los pájaros blancos seguían aún allí. La niebla era espesísima. Apenas se podía ver sobre el agua, como en un espejo, el reflejo plateado de la tímida luz de madrugada.  Sobre el horizonte de la Sierra de Santa Bárbara se dibujaba el perfil islámico de una luna pálida dispuesta como un acogedor sillón y al lado el brillo vanidoso de Venus. Insolentes al tiempo ahí estaban aún acurrucados ofreciéndonos el color blanco de sus plumas como luces en un árbol natural de Navidad. Me imaginaba el puente, no el actual de la era industrial, elevado y resistente al paso del acero, sino el antiguo, el de piedra, bajo, envuelto por la niebla profunda, y a los antiguos placentinos del otro lado del río embozados en sus capas, dispuestos a enfrentar la labor de una nueva jornada entre las murallas. Y al igual que entonces sobre las losas de piedra, ahora se veían las huellas de las pisadas de los modernos trabajadores rompiendo el vaho de las aceras. Aún a pesar del ruido de camiones, autobuses y coches, uno podía detenerse en la belleza conjuntada de la niebla, el agua, la noche y la vida dormida en los árboles. Una imagen más que me llevo hoy. 

(Nota: He visto a un camión de Grúas Eugenio junto al Instituto. Dos operarios dirigían sus miradas a los dos depósitos cilíndricos de agua de la estación... Continuará.)

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Érase una vez...

"¿Qué estarán haciendo?" Tenía de pronto la urgencia de sentirlos cerca. Le preguntó a ella "¿Cuál es su dirección?" "Calle.... Nº....", respondió. Buscó en la pantalla de su ordenador el icono de Google Earth. Pronto la esfera azul apareció sobre la ventana abierta mostrando en su centro el verde de la península Ibérica y al sur el ocre del desierto del Sáhara. En la columna lateral de la leyenda, introdujo la dirección en la pestaña Volar a, y luego pulsó el símbolo de la lupa de búsqueda. Entonces, la familiar esfera de la Tierra comenzó a girar y la imaginaria nave, atravesando el azul del océano, en el que se podían distinguir las dorsales oceánicas que como espina ampara y separa el esqueleto de placas, llegó hasta la costa verde del Nuevo Mundo. El movimiento poco a poco se fue deteniendo en el lugar indicado. Podían verse desde arriba, en un mar de verde intenso, las manchas blancas de las casas dispersas, y entre ellas dos líneas de sombra de dos carreteras que se cruzaban. Justo en el cruce se apreciaba una mancha oscura de agua que se aclaraba en sus bordes. "Ahí está el estanque". Sólo quedaba conducir el puntero del rátón al signo de ampliación que aparecía a la derecha de la pantalla. Dudó por un momento. Parecía como si, como un espía o un ladrón, violara la intimidad sagrada del objetivo de su búsqueda. Pero tenía a la vez la íntima esperanza de que el milagro se produjese; como cuando, cerrados los ojos, soplas la tarta, y piensas muy fuerte que tu deseo se cumpla. Definitivamente acercó la flecha sobre la escala de ampliación y apretó. Una, dos, tres veces. Comenzaba a distinguir los detalles de la casa: la entrada y el jardín trasero. De nuevo pulsó una, otra y otra vez. La imagen se agrandaba y se acercaba. La perspectiva iba modificándose. De la vista cenital pronto se convertiría en lateral. "Mira ahí está el garaje y ahí está el porche de lectura". Entonces, su perra melosa, acurrucada en su regazo, llamó su atención y él se volvió hacia ella. Al poco regresó a la pantalla del ordenador. En la imagen, la puerta de la casa se abrió y de ella salieron los dos perros alegres y detrás los dos. "¡Eh! ¡Hola!", gritó él desde arriba. Y ellos levantaron la vista y saludaron. Sonreían.