miércoles, 8 de septiembre de 2010

Non far niente

Sentado en el comedor, frente a la ventana que da al huerto y a las montañas del Lago de Truchillas, a través de los rosales medio secos cuyas ramas acarician los cristales, y más allá de las copas densas de los árboles que bordean el río y los huertos de los Cantones, puedo ver un cielo nublado.

Junto a mi está Surra acurrucada esperando mi próximo movimiento. Desde la cocina me llega la música y las noticias que emite una radio acatarrada por la mala sintonía. Allí en la cocina está ella, sentada a la mesa camilla junto a la “económica” donde arde el fuego que encendí esta mañana. De vez en cuando tengo que ir al zaguán a coger la leña que recogemos en nuestros paseos por el monte y que se almacena en viejos cestos de mimbre.

En esta situación no hay nada como quedarse en casa sentados, abrigados por el calor del fuego y por las faldas de la camilla, leyendo, preparando el curso que viene, o simplemente estando.

A las doce hicimos una pausa. Abrí una botella de vino tinto, saqué del frigorífico el chorizo picante comprado en los Almacenes Rodríguez de la Bañeza y el queso mezcla semicurado, corté unas rebanadas de pan de hogaza y almorzamos.

Faltan dos horas para la comida. Nos espera un plato de pollo cocido con cebolla que acompañaremos con arroz. Mientras tanto leeré, procuraré que el depósito de leña no se agote, escucharé alguna canción, oiré las noticias en la radio, comentaré alguna cosa con ella y atenderé las demandas de la perra. Desde luego, ¡quién no envidiaría mi agenda!

Aunque a ella no le gusta, para mí, para que esto sea perfecto sólo falta que llueva.

¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva!

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