Hay en la repisa de la ventana de la cocina de la casa del pueblo una vieja caja metálica de color esmeralda que fue en su tiempo una caja de té. Allí se guarda todo chisme o miniatura que uno pueda imaginar: clavos, alfileres, tornillos, tacos de plástico, tacos para las patas de algún mueble, botones (desde botones negros de abrigo, verdes de uniforme de Guardia Civil, hasta botones minúsculos de camisa), alguna cremallera que aguarda ser útil a algún pantalón, mecheros que aún encienden, medallas de estaño con la imagen de la Virgen o del Sagrado Corazón de Jesús, estampas recordatorios pidiendo alguna oración para algún difunto amigo, pinzas de ropa de madera o plástico chino... y el reloj de pulsera de mi madre que aun funciona. Encima de todo se apila otra caja metálica más pequeña, redonda, que guarda los útiles de costura. De la caja asoman los ojos de un par de tijeras, el mango amarillo de un destornillador y la punta de algún que otro lápiz.
Buscando en la caja unas pinzas de depilar para extraer un tornillo que se había atrapado en el desagüe del lavabo, tuve que volcar su contenido encima de la mesa camilla. Al final tuve que recurrir a mi neceser para conseguir las dichosas pinzas. Pero después de solucionar el problema del lavabo decidí aprovechar la oportunidad y hacer una limpieza del contenido de la caja desparramado encima del hule de la mesa. Uno a uno fui examinando los distintos objetos y apartando aquellos que definitivamente no tenían ninguna expectativa de utilidad posible. Al final debí rechazar un 1% de todo el contenido. Todo lo demás volvió a la caja, esta vez limpia, a la espera de otra inspección anual mas decidida.
Este curso voy a impartir Historia de España en Segundo de Bachillerato. Me he traído al pueblo el libro de texto que mis alumnos van a usar. Aunque ya he dado otros años la misma asignatura, lo he hecho con un libro distinto. Ahora tengo que preparar el desarrollo de las lecciones de acuerdo con este libro. Esto me exigirá nuevos apuntes y notas.
En los archivadores que tengo en mi despacho guardo los apuntes de otros cursos que me sirvieron en su día, pero que dudo que utilice otra vez. Lo lógico seria hacer una revisión de todos ellos y deshacerme de aquellos que nunca más voy a utilizar.
Cuando regrese a casa, de vuelta de estas minivacaciones de comienzos de septiembre, estoy decidido a hacer una limpieza de todo aquello que ya no vale, de todo aquello que no voy a usar jamás.
Pero mucho me temo que cuando vaya repasando minuciosamente uno a uno los ficheros de mi pasado empezarán mis dudas. ¿Y si alguna vez necesito los apuntes? ¿Y si hay en ellos algo importante que perderé si los desecho?
Me parece que me va a pasar como con la caja de la cocina o como cuando optimizo mi ordenador. Aquí el mensaje final me dice: el resultado de la optimización ha mejorado el funcionamiento de su ordenador en un 1%.
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