No era mediodía o High Noon como en la película de Gary Cooper, eran las cinco de la tarde, una hora muy torera, pero de la misma intensidad dramática. Nuestro protagonista, el nuevo bandido Frank Miller, se dirigía, no al encuentro fatídico con el sheriff Will Kane, sino a la farmacia del pueblo para comprar un paquete de Paracetamol.
Pero el destino, al igual que en la película, es inaplazable. Cuando nuestro villano llegó a la altura del Ayuntamiento cuya fachada adornaban las banderas de España, Europa y Castilla-León, vio, delante de la puerta del Banco, al alcalde, el nuevo Will Kane pero con bigote y un poco más joven. Inevitablemente se encontrarían. ¿Quién sacaría su arma primero?
--“Buenas tardes”--, dijo Frank, serio, fijando su mirada en el rostro seguro del sheriff.
--“Buenas tardes”--, contestó Will, mientras esbozaba una sonrisa cómplice que parecía decir: “¿Satisfecho?”
Una vez más Frank Miller salía derrotado del encuentro pues se quedó con la duda.
Frank Miller nunca sabría si el arreglo del camino de los Cantones había tenido que ver con la protesta encendida pero cortés que el había hecho al alcalde del nuevo Hadleyville, o si el trabajo de desbroce ya estaba proyectado de antemano.
Aunque la sonrisa cómplice del sheriff le decía que su reclamación por lo menos había acelerado el proceso.
Sea lo que fuera a Miller no le dolía en prendas reconocer que se había hecho un buen trabajo. El peligro de una maleza abundante y seca que cubría los senderos y escalaba las paredes de los huertos y cortinas, combustible ideal para un incendio de verano, había desaparecido. La casa de sus antepasados y los pajares estaban ahora protegidos.
La verdad es que nunca, en todos los años que llevaba viniendo al pueblo, se había visto una eficiencia parecida. “Buen trabajo Will, eso es gobernar y administrar: la búsqueda de la felicidad y bienestar del ciudadano.”
En este caso, y ya era hora, el afortunado era él, Frank Miller.
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