domingo, 12 de septiembre de 2010

De Antiquitatibus

La despensa de la casa del pueblo, esa cueva de Alí Babá, guarda, más que tesoros, chismes y cachivaches que los más se guardaron por si acaso algún día se necesitaban. Entre ellos hay algunos que pueden ser útiles y otros que son la herencia de aquel refrán que reza que quien guarda siempre tiene. No son sólo quincalla; son historia de vidas marcadas por la pobreza de una tierra y la miseria de una guerra.

La despensa venía reclamando a gritos, día tras día, una puesta a punto.

Ella ha estado ayer y hoy un rato cada día limpiándola. Embozada, como forajida al asalto del tren correo, se introduce decidida a llevar a cabo una tarea casi heroica. Mujer sin piedad, quitará de aquí, recolocará allá; ángel del Juicio Final, salvará lo útil y arrojará al infierno del contenedor de basuras de la Mancomunidad lo a todas luces inservible; diosa piadosa, librará del Averno al objeto que pida misericordia, pero para el impertinente y desafiante será la Medusa que da muerte con sólo su mirada.

Al final, de la absoluta anarquía surgirá el orden, y cada objeto adquirirá el protagonismo que se merece.

Como resucitadas del sepulcro del suelo, las botellas en pie encontrarán su cielo; las herramientas diseminadas volverán a su cajón; la plancha en su envoltorio de manta ocupará su destacado lugar sobre el austero baúl de madera de pino; en la vieja librería periódicos viejos, algunos anunciando la muerte de Franco, libros que nadie leerá, zapatos viejos y un juego de accesorios de baño competirán para permanecer vivos una temporada más.

Ella dejará sobre la alacena, que guarda la vajilla de los días de fiesta, la trampa para los ratones que, gracias a Dios, aún mantiene los dos cebos de queso que hace una semana les pusimos.

-- ¿Cuáles son las cosas más extrañas que has encontrado? – pregunta él mientras ella hace un descanso.

-- En un bote metálico de dulce de membrillo había una bolsa de achicoria de la que tomaba tu madre. También una pera (para aliviar el estreñimiento), un antiguo transformador para la radio y tres tapones de bombona en una bolsa.

Cuando reanuda la limpieza, al poco ella viene a preguntar:

-- ¿Qué hago con los periódicos? ¿Los dejo donde están?

-- Sí, sirven para encender el fuego; además, hay algunos muy antiguos.

-- ¿Y con los zapatos? – Se refiere a zapatos de no se sabe quién, que se guardan en el estante inferior de la vieja librería para que los use no se sabe quién.

-- Déjalos donde están –respondo inseguro.

-- Hubiera apostado un millón por esa respuesta.

-- Si fueran míos los tiraría.

-- Bueno, en realidad sólo hay tres pares.

Viene y me enseña un par de lo que parecen zapatillas de estar por casa, forradas y con cordones.

-- Parecen nuevas -- digo y se las lleva resignada.

En la despensa se oye el sonido de bolsas de plástico. Al cabo de un rato ella asoma por la puerta y arroja al pasillo una bolsa llena de otras bolsas.

-- More bags --dice, sonriendo y volviendo a la tarea.


La limpieza está terminada. La imagen del antes y del después me sugiere el contraste entre el Barroco y el Renacimiento. El Barroco es la indefinición de los contornos, la confusión, la línea curva y las formas complejas, el contraste, el movimiento, la perspectiva aérea; el Renacimiento es la claridad de los límites, la línea recta y las formas sencillas, el equilibrio, la quietud, la perspectiva geométrica.

Definitivamente la despensa es ahora renacentista.

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