
Ayer día ocho en Plasencia.
Son las siete de la mañana. Apenas una pequeña brisa entra por todas las ventanas abiertas de la casa. El pronóstico para hoy es igual al de ayer: un calor sofocante, agravado por un viento de aire cálido, sahariano. A partir de la una de la tarde habrá que cerrar todas las ventanas y poner el aire acondicionado. Nuestra perra Surra busca bajo las mesas la protección de sombras imaginadas intentando sobrellevar como puede el agobio del calor. En la calle el trajin de coches y cuerpos sobreviviendo en medio del ruido de motores.
Hoy día nueve en Truchas.
Son las siete de la mañana y he de bajar a la perra. Tengo que ponerme un jersey porque la madrugada esta fresca. Luego a media mañana el día es soleado y la temperatura es la ideal. Mientras escribo estas líneas, en medio del silencio solo interrumpido por el ladrido de algún perro lejano, escucho al lado el cantar de los pájaros y el rumor del río. La vegetación esta exuberante y generosamente verde.
Hemos ido a los Cantones con la perra: corre saltarina casi oculta por las hierbas. La vista del río es como siempre, bellísima, y me invita a quedarme para siempre. No quiero volver a Plasencia.
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