Lo bueno que tiene el Claustro final es que cuando termina empiezan las vacaciones, esas vacaciones temidas por los padres y ansiadas por unos profesores agotados.
Pero hoy no toca hablar de vacaciones, hoy quiero recordar a mis compañeros del Claustro con los que he compartido un curso entero.
Cuando llegué a mi nuevo instituto lo hice con una cierta prevención. Es un instituto recién nacido como éste, formado por profesores jóvenes, muchos de los cuales están en él desplazados, esperando una plaza en esta ciudad, en un instituto como éste, digo, la llegada de un profesor como yo, veterano y con plaza definitiva, puede verse como una intrusión.
Sin embargo, desde el primer día el acogimiento del profesorado del entonces IES n 6 de Plasencia y ahora IES Sierra de Santa Bárbara, ha sido total: de todos he sentido respeto y disposición para ayudarme a adaptarme a un medio y alumnado diferente.
Porque yo soy el abuelo en el instituto. Mis alumnos me preguntan cuántos años tengo y yo les digo que muchos. Hasta me preguntan si tengo nietos…! En la última junta de evaluación me sorprendí pensando que una profesora colega sentada junto a mí bien podría ser mi hija.
Soy un privilegiado en este centro. Cuando entro en el aula estoy expuesto a la ingenuidad y capacidad de asombro propia de la juventud de mis alumnos. Ingenuidad que me sorprende, me rejuvenece y me hace hasta estallar en abiertas carcajadas. Y en los pasillos y claustros estoy rodeado de jóvenes colegas que aun mantienen la ilusión y fe del educador que empieza.
Lo bueno de ser joven es que es el momento de ser idealista y por ello optimista. Cuando envejecemos tenemos la tendencia a caer en el “cualquier tiempo pasado fue mejor” o el “con estos alumnos ya no hay nada que hacer”. Los jóvenes nos dan lecciones de que en vez de esperar que los demás cambien, debemos ser nosotros los que nos adaptemos a los tiempos nuevos. Recuerdo cómo en un claustro en el que un colega mayor, aunque no tanto como yo, se quejaba de la escasa calidad del alumnado del centro, una joven profesora de Biología, tímida y sonrojada, se atrevió a plantear la posibilidad de que quizás el problema no estaba tanto en ellos como en nosotros, que no éramos capaces de enseñarles. Al final del claustro me acerqué a esta profesora, que bien podría ser mi hija, y la felicité porque con su intervención nos había vuelto a recordar cuáles eran los ideales que nos habían llevado a ser profesores. Ella, necesitada de que alguien le reconociese lo acertado de su natural idealismo, se puso la mar de ancha y contenta.
Creo que me he hecho un lugar en el corazoncito de mis colegas y mis alumnos. En la última cena del curso los profesores se empeñaron en mostrarme su cariño obligándome a salir a escena y participar en las bromas. Mis alumnos de Primero C me llaman tito Evelio. Los que no han sido alumnos míos al verme tan serio me declaran orgullosos que han aprobado todas las asignaturas, que han sacado tal buena nota en Sociales, o que quieren que les dé clase el curso que viene.
Muchas gracias profesores y alumnos del Instituto Sierra de Santa Bárbara (o San Miguel, como a mí me gusta llamarlo). El año que viene prometo entregaros mucho más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario