martes, 20 de julio de 2010

¿Dónde está la reina?

Esta tarde dejé a Surra en su residencia de verano: Manatí, una clínica para perros que es a la vez consultorio, peluquería y tienda de animales. Los propietarios son gente magnífica y muy profesional.

Como nos ha visto preparar las maletas para las vacaciones de verano, cuando salimos de casa con sus cosas para llevarla a la residencia pensó que ya nos íbamos todos y estaba exultante. Ya en el coche, a mitad de camino hacia la residencia empezó a sospechar, y al acercarnos noté su ansiedad cuando, erguida sobre el asiento, husmeaba el aire. Cuando entramos en la clínica noté cierta resistencia pero supongo que ella pensaba que mientras yo estuviera con ella no tenía nada que temer. Lo peor fue cuando vio al dueño: su cabeza se empequeñeció, sus orejas se plegaron hacia atrás y sus ojos parecían salirse de sus órbitas; tal era la tensión en su rostro. Sus ojos me miraban y me suplicaban que no la dejase. De algún modo me recordaba a otras despedidas dolorosas: a mí, cuando a los once años mi padre me dejó en el colegio de Coreses, en aquel mundo grande, frío y desconocido, separándome del pequeño, cálido y acogedor hogar en Tábara; a mi hija, cuando al empezar sus estudios en Salamanca, quedó sola en la rancia residencia de las monjas; o, en fin, a mi hijo cuando, al continuar sus estudios en Madrid, quedó solo en la gran ciudad.

Yo sé que en la residencia estará bien cuidada pero ella sólo entiende de nosotros y sólo quiere estar con nosotros. No se separa de nosotros: nos sigue a todas partes, incluso cuando nos movemos de una habitación a otra. Le gusta su rutina: sabe cuándo es la hora de tomar el aperitivo en el que ella recibe su ración de queso, y si tú no te acuerdas, después de comer te recuerda que hay que tomar el postre: el bizcocho o el fignuten.

¿Qué estará haciendo la reina ahora?

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