Me ha pasado más de una vez cuando, como tutor, he tenido una entrevista con el padre o la madre de algún alumno o alumna. Me viene a la mente la tragedia familiar de "La muerte de un viajante": el padre que disculpa y hasta justifica los delitos de su hijo; al final el hijo echa en cara al padre la falta de ejercicio de la verdadera paternidad, que incluye el ejemplo y la disciplina.
Hay padres de alumnos que no quieren admitir que sus hijos no estudian, que se comportan mal en el aula; por el contrario consideran que sus hijos son unos alumnos ideales, de aquellos que retrataban los manuales de urbanidad de los años cincuenta. Tampoco hay que llegar a aquellos extremos (no tan extremos, por cierto) pero hay padres que estarían dispuestos a poner la mano en el fuego por lo que sus hijos les dicen. La mayoría de los padres de hoy en día se niegan, no digamos a admitir, sino ni siquiera a escuchar la opinión del profesor. Luego, cuando llega el final del curso, se asombran de que su hija o hijo no apruebe. No entienden para qué han servido las clases particulares de Inglés, Matemáticas o Lengua. No entienden que la primera clase particular es la de ser padres: responsabilidad por lo que han traido al mundo. Un mundo donde cada vez es más necesario conocer los límites.
Pero, cómo no, como para todo, siempre hay una salida: "Es que los profes le tienen manía" (a su hijo, claro).
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