El otro día dos alumnas me comentaban sus expectativas de futuro. Una me decía que le gustaría hacer Periodismo en Madrid. Otra quería educar a niños y prefería hacer un módulo de grado superior. Yo intentaba no transmitir el pesimismo ante el futuro que les espera, un futuro de desilusión, frustración y hasta desesperación.
Y es que sólo hay que mirar y escuchar lo que está pasando. El desempleo rampante y persistente. Desalojos de viviendas. Manifestaciones y concentraciones multitudinarias ante una situación de violencia insostenible; violencia de un sistema que te arrastra a un paraíso de satisfacciones epicúreas y una vez que te ha acostumbrado a su miel te arroja al abismo del infierno de la indignidad.
El problema es cuando no son sólo unos pocos los expulsados sino cuando lo es la gran mayoría. De repente nos damos cuenta de la injusticia que se ha cometido contra nosotros. Hemos saboreado las mieles y no entendemos por qué no podemos seguir saboreándolas. Y entonces tarde o temprano explotamos.
El sistema establecido, la burguesía de siempre (esa de la que hablaba mi profesor Jover, a la que le gusta ver la revolución desde el balcón de su casa) admite comprensiva la desesperada situación de los jóvenes, siempre y cuando no molesten. Pero cuando ese cabreo se expresa en empujones, exabruptos y pedradas, entonces ya se han pasado de la raya (las líneas rojas).

Entonces, ¿puede una revolución ser pacífica, o necesita per se poseer una naturaleza violenta?
ResponderEliminarUna revolución pacifica o violenta da igual lo violento es el sistema que va en contra de las personas
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