Eran las seis y media de la tarde y sentado en el sofa junto a la lámpara de pie me dispuse a leer algunos capítulos de "Taxi", un libro del egipcio Khaled Al Khamissi, en el que se retrata el mundo actual de Egipto a través de conversaciones con taxistas. (Lo aconsejo, es muy entretenido.) Así, aislado en la penumbra creada por las persianas bajadas -hoy hemos tenido en torno a los 35 grados-, y escuchando sólo el zumbido del ventilador que refresca el ambiente, cuando llevaba ya un buen rato disfrutando de las peripecias de los taxistas del Cairo, veo que, sigilosa pero decidida, Surra entra en la habitación, merodea unos instantes para hacerse notar, y como ve que yo no me muevo, dando un pequeño salto se sienta junto a mí en el sofá. La miro y me río porque sé lo que quiere. Para recordármelo se lame el hocico. Yo sigo leyendo y ella me mira insistente y me toca el brazo con su pata, como diciendo "¡Eh!, ¿qué? ¿te has dado cuenta de la hora?" La acaricio para distraerla aunque sé que en un minuto tendré que levantarme y darle un consuelo para que aguante hasta la cena. Al fin mina mi débil resistencia y lo consigue. Voy a la cocina, tomo unas cerezas y regreso al sofá. Mientras las como me indica con su mirada que quiere participar del banquete. Parto la cereza a la mitad, me quedo yo con la que tiene el hueso y le doy a ella la otra. Cuando terminamos, yo retomo la lectura y ella se hace una bola y se acurruca a mi lado. Luego, como si se hubiese acordado de alguna tarea pendiente, se levanta y, silenciosa como vino, se pierde en alguna de las habitaciones vacías de la casa hasta la próxima alerta de su instinto programado.
jueves, 23 de junio de 2011
miércoles, 22 de junio de 2011
Ojos que no ven...
Me ha pasado más de una vez cuando, como tutor, he tenido una entrevista con el padre o la madre de algún alumno o alumna. Me viene a la mente la tragedia familiar de "La muerte de un viajante": el padre que disculpa y hasta justifica los delitos de su hijo; al final el hijo echa en cara al padre la falta de ejercicio de la verdadera paternidad, que incluye el ejemplo y la disciplina.
Hay padres de alumnos que no quieren admitir que sus hijos no estudian, que se comportan mal en el aula; por el contrario consideran que sus hijos son unos alumnos ideales, de aquellos que retrataban los manuales de urbanidad de los años cincuenta. Tampoco hay que llegar a aquellos extremos (no tan extremos, por cierto) pero hay padres que estarían dispuestos a poner la mano en el fuego por lo que sus hijos les dicen. La mayoría de los padres de hoy en día se niegan, no digamos a admitir, sino ni siquiera a escuchar la opinión del profesor. Luego, cuando llega el final del curso, se asombran de que su hija o hijo no apruebe. No entienden para qué han servido las clases particulares de Inglés, Matemáticas o Lengua. No entienden que la primera clase particular es la de ser padres: responsabilidad por lo que han traido al mundo. Un mundo donde cada vez es más necesario conocer los límites.
Pero, cómo no, como para todo, siempre hay una salida: "Es que los profes le tienen manía" (a su hijo, claro).
sábado, 18 de junio de 2011
indignado, -da adj. Que está muy enfadado por algo que considera injusto.
El otro día dos alumnas me comentaban sus expectativas de futuro. Una me decía que le gustaría hacer Periodismo en Madrid. Otra quería educar a niños y prefería hacer un módulo de grado superior. Yo intentaba no transmitir el pesimismo ante el futuro que les espera, un futuro de desilusión, frustración y hasta desesperación.
Y es que sólo hay que mirar y escuchar lo que está pasando. El desempleo rampante y persistente. Desalojos de viviendas. Manifestaciones y concentraciones multitudinarias ante una situación de violencia insostenible; violencia de un sistema que te arrastra a un paraíso de satisfacciones epicúreas y una vez que te ha acostumbrado a su miel te arroja al abismo del infierno de la indignidad.
El problema es cuando no son sólo unos pocos los expulsados sino cuando lo es la gran mayoría. De repente nos damos cuenta de la injusticia que se ha cometido contra nosotros. Hemos saboreado las mieles y no entendemos por qué no podemos seguir saboreándolas. Y entonces tarde o temprano explotamos.
El sistema establecido, la burguesía de siempre (esa de la que hablaba mi profesor Jover, a la que le gusta ver la revolución desde el balcón de su casa) admite comprensiva la desesperada situación de los jóvenes, siempre y cuando no molesten. Pero cuando ese cabreo se expresa en empujones, exabruptos y pedradas, entonces ya se han pasado de la raya (las líneas rojas).

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