sábado, 16 de abril de 2011

Tara

     "Atención. Paseos de jardín tratados con herbicidas".
     Así rezaba un papel pegado a una papelera delante del minúsculo jardín silvestre que queda al lado de la entrada al acerado que baja hasta La Isla por la Fuente del Cañorroto. Digo "queda" porque, de un lugar abrigado antes por un frondoso árbol, ahora sólo quedan pequeñas matas de hierbas que aparecen tras las lluvias.
    Hace apenas unos días, movidos de espíritu ecológico, nuestros sesudos munícipes se han cargado varios hermosos árboles que adornaban el solar que pronto se convertirá en el parking de La Isla. Es evidente que aquí, aunque nuestro medio ambiente está mucho más degradado, no hemos llegado a ese punto de las sociedades vecinas más avanzadas, ese punto al borde del precipicio más allá del cual no es posible el retorno.
     Mientras en esas sociedades se observa un regreso, tardío pero decidido, al seno de la madre naturaleza, aquí no se nos ocurre otra cosa que echar mano de los pesticidas para matar la poca vegetación que queda. ¿Cuál es el objeto? ¿Acaso aliviar las molestias de los afectados de alergias? ¿Quizás ahorrar al Ayuntamiento un gasto en el pago a las personas encargadas de la limpieza y desbroce de hierbas? Tengo la sospecha de que lo que en realidad se pretende es "civilizar", es decir controlar la naturaleza. Sí. Poco a poco los espacios naturales (y no hablo sólo de los espacios de vegetación sino todos los espacios aún no dominados de la naturaleza humana) van siendo cultivados o sometidos al orden del césped o el cemento (la ley o la norma en el caso de las vidas humanas).
     Pero ese pequeño triángulo de naturaleza que ahora se pretende esterilizar es uno de los pocos espacios que quedan en mi barrio para respetar el derecho del perro a disfrutar de un lugar donde discretamente pueda aliviarse de sus necesidades. Los dueños de perros, como apestados, buscamos un pequeño refugio para que nuestro leal amigo o amiga disfrute de una pequeña intimidad, sin estar expuesto al frío e indiscreto cemento de la calle.
     Esta decidida y planificada estrategia de deshacerse de los perros no tiene que ver con la suciedad en las calles (es cada vez más rara la presencia de deyecciones en las aceras y mayor la conciencia cívica de los amantes de chuchos). Entonces ¿a qué se debe? Creo que es una cuestión de celos. Sí. Y ya sabemos las consecuencias de los celos, y si no preguntémosle a Otelo y Desdémona. Tengo la impresión de que el "Gran Cuidador de Parques y Jardines" está celoso de nuestros perros. Parece como si se dijese a sí mismo: "¿Cómo es posible que quieran más a sus perros que a mí, que les he construido el "Gran Parque" de césped para su disfrute (sin perros, claro)? ¡Así me pagan estos ingratos! Pues ahora verán. Cruella Devil a mi lado era una aprendiz. Nunca imaginaría ella un plan tan cruel y diabólico: con pesticidas me deshago de los pocos jardines salvajes que quedan y quién sabe a lo mejor empiezan a verse menos perros."
     Me pregunto cuántos dueños de perros hay en esta ciudad. Debemos ser unos cuantos. Los derechos de nuestros leales amigos están siendo olvidados. El poco espacio que tenían para disfrutar de una pequeña intimidad se les niega. Pronto no quedará ni una brizna de hierba que oler y los mensajes entre los leales solitarios dejados en las pacientes matas ya no serán posibles.
    Es tiempo de elecciones y es hora de hacernos oir. Dueños y dueñas de perros y perras, uníos. Amigo o amiga de los perros, en defensa de un trozo de césped para tu perro, haz valer tu voto.

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