sábado, 1 de enero de 2011

Those were the days

Those were the days, oh yes those were the days

Then the busy years went rushing by us
We lost our starry notions on the way
If by chance I'd see you in the tavern
We'd smile at one another and we'd say


Those were the days my friend
We thought they'd never end


Nos enseñan que en el curso de los ríos hay tres fases: curso alto, medio y bajo. Pero en realidad en el curso de los ríos hay partes en que no ocurre nada de especial y el agua discurre sin incidentes de relieve; y hay también zonas donde el río parece que concentrase todo o gran parte del interés del paisaje y elementos de la naturaleza que le rodean: hay rápidos y remansos, árboles frondosos y praderas amenas, una fauna que no quiere perderse  tanta abundancia, y hasta el cielo se abre como un telón para manifestar esa explosión de belleza.

En la vida de los humanos ocurre algo parecido. La mayor parte de nuestra vida transcurre pausadamente, siguiendo el curso trazado por la rutina o por las convenciones sociales. Día a día se suceden nuestras labores, nuestros ritos y costumbres. De vez en cuando aparecen los sobresaltos que, no por menos esperados, dejan de ser eso, sobresaltos.

Pero hay momentos y períodos en la vida en que parece que todo converge para hacer de ellos un depósito de experiencias que nunca, o si acaso en el paso fugaz de otro cometa, se repetirán. Parece cumplirse en esos periodos el anuncio que vemos en los pronósticos del horóscopo: la convergencia en el cuadrante tal, de tal o cual planeta, etc...

Hace unos días, con ocasión de la Navidad, decidí mandar una felicitación a mis excompañeros de equipo directivo en Lisboa. Mi mensaje, aparte de los tradicionales deseos de paz y felicidad, les recordaba los dos años que pasamos juntos al frente del Instituto. Los calificaba yo de edad de oro.

Y en verdad fue una edad de oro en la que el Instituto vivió, en un ambiente de paz, una explosión de febril actividad y de libre creatividad que se plasmó, de modo extraordinario, en las innumerables iniciativas que se realizaron en el centro con el pretexto de la celebración de los 75 años de su fundación. Seguro que si no hubiésemos estado nosotros, los 75 años se hubiesen celebrado igualmente, pero no del mismo modo. Nosotros tuvimos la fortuna de movilizar con nuestra entrega y nuestro esfuerzo las voluntades e inteligencias de todos: profesores, alumnos, padres y personal no docente. Las puertas de nuestros despachos se abrieron de par en par para dejar entrar mejoras e iniciativas, quejas y felicitaciones, problemas y soluciones. Hubo que hacer encaje de bolillos para no herir sensibilidades y aunar mentes y brazos en un objetivo común. El más pequeño de entre todos se convirtió en el mayor, y el mayor se hizo el más pequeño. Cada uno de los componentes de aquella rica y heterogénea comunidad se sintió protagonista de la historia. Y en ello, humildemente, mis compañeros y yo tuvimos algo que hacer.

La memoria de las innumerables actividades quedó reflejada por escrito y en imágenes, pero yo aún siento el alma de aquellos años como una sombra gigante que disputa el protagonismo a otras almas de períodos o momentos vividos por el Instituto. En la corte celestial del Entierro del Conde de Orgaz de El Greco, se distingue, a la izquierda de la Deesis, la imagen de Felipe II, como homenaje adulador del pintor a la figura y época del rey Prudente. En el Parnaso del IEL está con toda seguridad el espíritu de los dos años vividos con mis compañeros A, M, J y A.

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