En el cocido clásico se pueden distinguir muchos sabores: el sabor redondo de los garbanzos, el picante del chorizo, el frío del repollo, el líquido del tocino… Pero hay un gusto rancio, básico, sólido que une todos los sabores y los destaca. Es el sabor del hueso de jamón.
En mi matrimonio, que hoy hace 31 años, también hay distintos sabores.
Está el sabor del humor hecho de años de experimentos para descubrir lo que hace brotar la sonrisa o estallar la risa del otro; el del dolor que notamos y respetamos en los silencios mutuos; el sabor secreto que solo conocen nuestros cuerpos; o el sabor de la admiración por el otro que sentimos en el ensancharse de nuestras mentes.
Pero, querida mía, hay un sabor de hueso de jamón que une todos los demás y ha hecho de nuestro matrimonio un cocido más que decente; es el sabor de la voluntaria, querida y buscada fidelidad. La fidelidad entendida como la consecuencia, el resultado de la confianza en el amor del otro.
Buen provecho amor.
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