La decisión de los nuevos gobernantes de Extremadura de cambiar el nombre del órgano ejecutivo de Junta de Extremadura por Gobierno de Extremadura ya fue puesto en cuestión por un editorial del diario El Periódico Extremadura del 9 de septiembre de este año, editorial que no conocía hasta hoy y que he descubierto al documentarme.
Yo también creo que no es una cuestión sólo de cambio de imagen porque se haya producido un cambio histórico (después de treinta años, la derecha vuelve al poder en Extremadura); el cambio encierra un componente ideológico que no debe desestimarse.
Desde el comienzo de la Transición se ha venido utilizando el término Junta para designar al gobierno autónomo, y no por una cuestión arbitraria.
Si repasamos la Historia, en todos los momentos en los que el pueblo --entendido éste como una entidad con voluntad de autonomía y no como sujeto pasivo al modo ilustrado--; en todos los momentos, repito, en los que el pueblo se ha convertido en protagonista de sus propios destinos y los del país, en todos esos momentos ha aparecido la institución de las Juntas. Ya en época de Carlos I aparecía la Junta de Tordesillas, que reagrupaba la unión de las ciudades comuneras de Castilla y que a la postre costó la cabeza a varios héroes castellanos. Pero es a partir de la Guerra de la Independencia, en 1808, cuando, huérfano de un poder "legitimado" por la Historia, este pueblo se organiza desde la base en juntas locales, éstas en juntas provinciales y por último en una Junta Suprema que se encargará de encauzar la soberanía popular.
A lo largo del XIX los conservadores, aquellos que tienen y temen perder lo que tienen, fueron reacios y temerosos a la espontánea manifestación revolucionaria de las juntas, que surgen siempre de las capas más débiles de la sociedad.
La junta no es sólo un nombre, es por el contrario la expresión de una forma de entender la política, aquella que surge del hartazgo del pueblo de ser dirigido como si fuera un niño, aquella por la que es el propio pueblo quien asume con responsabilidad las riendas de su destino. En el siglo XIX el sufragio era censitario y capacitario porque se creía que sólo podían conocer lo que convenía al país aquellos que tenían los posibles, o la educación para saber lo que era bueno y lo que no lo era. Entonces sí encajaba mejor la palabra Gobierno, palabra que reconoce en cierto modo la dejación que de su voluntad hace el pueblo en manos de unos dirigentes. El término Junta, por el contrario, no sólo reconoce al pueblo, a los gobernados, la capacidad de decidir por sí mismos, sino que es el pueblo quien sigue ejerciendo el poder ejecutivo.
¿Cuestión nimia, bizantina? No estoy de acuerdo. Las palabras tienen mucho poder; sólo basta con rascar para descubrir lo que realmente quieren decir
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