Todo es tan personal, tan privado... La felicidad, el dolor...
Por mucho que nos empeñemos en querer que los otros entiendan, compartan, se den cuenta de lo que nosotros experimentamos, no es posible. Nuestra existencia es sólo nuestra. Nuestra piel es una capa que, a la vez que nos comunica con el exterior, nos aisla. Nuestros sentidos son ventanas que abrimos pero de los que no nos podemos fiar, porque a veces nuestras sensaciones no concuerdan con las de los otros.
Sólo cada uno por sí puede sentir el dolor que siente. Sí, podemos quizás atisbar lo que otros sufren si lo hacen por la misma razón: la muerte de la madre, por ejemplo. Pero incluso ahí, los sentimientos varían dependiendo de la relación que hayamos tenido con ese ser querido.
Mi dolor cuando murió mi madre fue desgarrador, escandaloso. Cuando murió mi suegro mi dolor fue callado. En ambos casos la pérdida era injusta. En el primer caso era la separación definitiva, la nostálgica pérdida de un paraíso vivido quizás en el seno materno. En el segundo era la pérdida de un amigo, de un compañero, de alguien que quería mi amistad no por él sino para mí.
"El sentimiento trágico de la vida" decía Unamuno. A simple vista apetece decirle: ¡hombre, no es para tanto! Miguel, la tuya más parece la visión de un ser triste. Pero, si reflexionamos ¿qué es sino nuestra existencia?
De pronto nos encontramos en este mundo sin comerlo ni beberlo, sin haberlo decidido, y, habiéndonos dado la posibilidad de saborear las mieles de la vida, de habernos permitido incluso soñar con lo imposible (el "impossible dream" de D. Quijote), de repente nos dicen: "esto se acabó".
Parece una broma, ¿verdad?
Si lo piensas, los griegos no estaban demasiado alejados de la realidad: verdaderamente somos juguetes de los dioses. Como títeres nos manipulan, nos hacen creer en nuestra independencia, nuestra libertad, y de repente nos cortan las alas, o nos colocan un muro infranqueable delante de nosotros. Ante eso sólo caben dos opciones que uno tiene que elegir. Una es la respuesta del héroe griego: la lucha contra el destino, en la esperanza de poder vencerlo, pero a la que sucede la inevitable muerte trágica. La otra es la aceptación resignada de la realidad, el reconocimiento de nuestra limitación e impotencia ante el destino inexorable, y la resignación a ser olvidados tarde o temprano en la sombra del tiempo. ¿Cuál escoger? Esa es una opción personal. Porque eso sí, como Sartre decía, lo que no te pueden arrebatar los dioses es la libertad de enfrentarlos.
miércoles, 19 de mayo de 2010
viernes, 14 de mayo de 2010
"El enigma del Códice Bardulia"
Presentación de la novela de Álvaro Moreno
"El enigma del Códice Bardulia"
Centro Cultural "Las Claras", Plasencia
13 de mayo de 2010
Extracto de la presentación:
"Fue Roland Barthes quien utilizó el símil de un tapiz para definir un texto, porque al igual que el tapiz es el resultado del entramado de retales viejos e hilos nuevos, y la mezcla de colores y texturas, un texto es el tejido hecho de vivencias, alusiones, tópicos, morfologías, sintaxis y semánticas.
Álvaro construye su obra sobre un entramado histórico firme, y sobre esa base fabrica un tapiz vivo, colorista, de texturas variadas. Impresionista y abierto a la imaginación a veces, en otras el tapiz se presenta lleno de matices fruto de la precisión narrativa propia de la disección de un bisturí o del análisis sugerente.
Es una novela histórica. Y lo es por dos razones, primera porque el presente sólo se explica con el pasado, y segunda porque la historia es maestra de la vida. La novela se construye en dos ámbitos, uno que transcurre en la Alta Edad Media de la península ibérica, y otro en el más inmediato presente. La historia que se desarrolla en el pasado tiene entidad por sí misma y quizás hubiera tenido una vida literaria autónoma. Es también posible que la historia que se desarrolla en el presente hubiese tenido también una entidad propia. Pero lo difícil es lo que ha hecho el autor. Cómo engarzar en una unidad pasado y presente. Volviendo al símil del tapiz, cómo encajar los retales viejos con los hilos nuevos en una urdimbre viva y original.
El lector es transportado, ávido, de un mundo a otro, del viejo al nuevo, y del nuevo al viejo, sin perder los hilos de la trama, en un deseo de resolver los distintos enigmas que se plantean.
El carácter vertiginoso que tiene la trama de la novela puede que nos obligue a su lectura de una sentada. Ayuda a ello la composición de la obra a base de capítulos cortos, de factura muy cinematográfica.
A mi modo de ver es un hallazgo formal el distinto tratamiento que da el autor al lenguaje de un período y otro. De acuerdo con el carácter épico de la etapa histórica relatada, la Edad Media, el lenguaje utilizado para describirla está lleno de epítetos, de reminiscencia homérica; es a veces barroco y de construcciones sintácticas de corte clásico. Por el contrario, el presente, nuestro presente, libre del espíritu heroico medieval, y ausente de sus valores épicos, es retratado con el realismo frío y racional de nuestro siglo.
Como decía al principio me interesa una literatura que instruya. “El enigma del Códice Bardulia” lo consigue. El autor manifiesta un conocimiento exhaustivo del léxico medieval relacionado con la vida cotidiana de monasterios y castillos. Se nota su formación profesional y experiencia en el vocabulario médico y farmacológico empleado.
Es obvia su pasión por la Historia Medieval y por la Paleografía que le permiten dar un fundamento histórico firme a su obra. El autor consigue imbricar en una historia compartida a los pueblos cristianos del norte de la península y a los musulmanes del sur. Súbditos del reino astur, castellanos de su frontera oriental, judíos, mozárabes, muladíes y árabes, todos tienen su papel en este trozo de historia. Buen conocedor de ese mundo enigmático y a la vez apasionante de la Archivística, Álvaro sabe transmitirlo magistralmente al lector y a la vez hacérselo ameno.
A esta pasión por la historia medieval de España, en donde intenta buscar la explicación a problemas históricos colectivos de imbricación política, que mantienen hoy plenamente su vigencia, y a su saber y experiencia en la profesión médica, el autor pone de relieve los grandes temas de la actualidad, entre los que destaca el protagonismo de la mujer en la vida profesional y cultural, las relaciones de pareja y la memoria histórica.
En la caracterización de los personajes Álvaro es minucioso y nos permite hacernos una imagen no sólo física sino moral de los protagonistas. Si en algunos personajes el tratamiento es velazqueño en sus pinceladas amplias pero que transmiten claramente la realidad, en otras nos encontramos a un Dalí preciso en el dibujo de físico y costumbres. En ocasiones, sobre todo en el retrato de médicos, el autor nos presenta unas descripciones llenas de vivacidad e imaginación, de ironía que llega incluso a la caricatura. Tengo la sensación de que tanto el protagonista del presente, Gonzalo, como del pasado, Sancio, se alimentan de las experiencias soñadas y vividas por el autor.
Como es autobiográfica otra gran protagonista de esta novela, Plasencia, su hospital, sus paisajes y sus gentes. Es obvio que esta noble y generosa ciudad dejó en Álvaro una huella inolvidable.
Para terminar permíteme Álvaro que cite textualmente unos breves párrafos de tu novela:
-- Lo que no sabemos es de qué trataban esos pergaminos medievales que ella custodiaba como si fueran más importantes que su propia vida –dijo--. Ese códice era el principio y el final de todo...
-- ¿El códice?
El doctor Perona asintió
-- Me gustaría saber de qué trataba... --La mirada del médico de urgencias se dirigió al amplio ventanal del despacho, perdiéndose en un horizonte intangible--. ¿Por qué sería tan peligroso su contenido?
-- A mí también me gustaría saberlo.
En fin, preparémonos bien para la lectura de esta novela. Para ello, elijamos un momento ausente de obligaciones, sentémonos en nuestro rincón favorito, tengamos a mano una buena taza de café y comencemos a leer… y a vivir.
Muchas gracias".
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